México debe ser gobernado. Por gobierno entiendo un esquema o mecanismo de cooperación horizontal y/o vertical entre actores que permite la resolución de problemas comunes (permítanme la simplificación). A decir, por algunos indicadores, México se desgobernó en algunos ámbitos. La seguridad, la energía, la salud, por mencionar algunos, o se impuso un modelo distinto al vigente que resultó inefectivo. En la seguridad se abandonó la ruta de fortalecimiento de instituciones civiles en los distintos ámbitos de gobierno y se debilitó el modelo de gobernanza planteado a través del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Éste se remplazó por un esquema todavía más centralista que en el pasado, con militares operando un modelo que antecedió a López Obrador. Ante la complejidad de construir capacidades, articular ámbitos de gobierno, buscar la cooperación, se profundizó la verticalidad que caracteriza a un esquema castrense. Así como en la inseguridad, esta fórmula se aplicó en otros espacios de la vida pública.
El triunfo de Claudia Sheinbaum en la pasada elección puede crear la ilusión de que tiene todo el poder y equiparar eso con capacidad de gobierno. Esta ilusión nos resulta cómoda porque nos recuerda la época de la hegemonía priista en el que al poder se le acompañaba un esquema hipercentralizado de gobierno, mecanismos de control político y una burocracia funcional para avanzar proyectos que no fueron de poca envergadura. Esto dejó de existir tiempo atrás y es difícilmente replicable.
Dicho lo anterior, me gustaría proponer que estamos ante un momento peculiar en el que la próxima presidenta tendrá mucho poder, pero una estructura de gobernanza débil para convertir ese poder en resultados de gobierno. La tentación a recurrir a salidas prontas como lo hizo el presidente al llamar al Ejército en distintas tareas, o el subestimar la importancia de construir las capacidades en instancias del Estado que son fundamentales para el desempeño del gobierno en lo más fundamental, puede llevarnos a resultados magros. El presidente López Obrador fue magistralmente hábil para que un proyecto tan pobre en términos de políticas públicas pareciera una hazaña. Que lo que era un proyecto de poder se perfilara como una gran transformación. Su mayor éxito es haber transmitido que desenvolvía algo épico cuando hay tantos temas cotidianos no resueltos. La valoración del elector por la continuidad indica que sigue habiendo expectativas, y las expectativas siempre están a la espera de una respuesta.
Hay un tema muy llamativo en la visión que la próxima presidenta nos ofrece: ella tiene una fe profunda en el Estado: como rector, como decisor, como educador, empleador, etcétera. Esta es una posición filosófica-ideológica que tiene un respaldo ciudadano muy amplio (aunque es debatible si el respaldo es a su visión al del antecesor). Si confiere esa potencia al Estado como proveedor de tanto, tiene que arreglarlo.
La construcción de capacidades en el Estado mexicano, habilitar mecanismos de gobernanza efectivos deben ser su obsesión. Y una de las decisiones fundamentales del arranque, supongo yo, es tener un plan de retiro para las Fuerzas Armadas de todas las tareas que no le corresponden. Esto sería un acto perfectamente congruente con lo que postula. No puede ser algo súbito, pero sí planeado y progresivo. Un plan de retorno a lo civil que se sostenga en un proyecto acumulativo de construcción de capacidades en la seguridad sería una ruta en la que podría conformar un gran legado. Y en el que tiene una ventaja porque en la Ciudad de México, sin ofender ni confrontar, lo hizo con relativo éxito.
Estoy convencida de que el Estado tiene que ser fuerte para hacer posible el desenvolvimiento de una sociedad. La propuesta de la próxima presidenta va mucho más allá de lo que una posición liberal e incluso socialdemócrata podría postular. Pero la suya es la que tiene el respaldo ciudadano. Por eso hay que subrayar el primer plano en el que debe trabajar.
Un poco antes de la elección en la que Peña Nieto resultó ganador, los priistas celebraban que el próximo presidente tuviera un impulso por recentralizar el poder. Decían que era necesario para arreglar el desorden que una transición democrática sin proyecto había ocasionado al país. ¿Recentralizar para ordenar? No me la creo mucho, pero puede ser. Mientras vemos qué sucede yo solo le pido que no confundamos poder con buen gobierno.