Edna Jaime

Perder el presente por querer ganar la historia

Hay que atenderla con inteligencia cada una de las realidades de México y hay que saber corregir el rumbo, antes de que los planes de este gobierno se descarrilen.

La autora es directora de México Evalúa

La realidad es muy dura, se impone frente a los planes. Y en asuntos de seguridad pública, no da respiro. El Presidente ha esbozado sus planteamientos sobre la materia en sus discursos y en distintos documentos. Y de manera general plantea dos instrumentos centrales en lo que parece su estrategia: un despliegue territorial extenso por parte de cuerpos federales –las Fuerzas Armadas, mientras la Guardia Nacional se conforma–, y sus programas sociales prioritarios. Contención y prevención son sus apuestas. Estos componentes, supongo, darán forma a su política criminal.

Aun suponiendo que contaremos con la mejor versión posible de un nuevo cuerpo de seguridad y con una batería de programas sociales eficaces, tardaremos muchos años en comprobar los resultados. No los veremos en seis meses, como plantea la administración. Una pregunta, entonces, se impone: ¿qué hacemos en el tiempo presente, frente a una situación de violencia y criminalidad que se agrava? ¿Qué hacemos frente a la emergencia? En nuestro escenario tenemos avisos de que las cosas se descomponen semana tras semana. Hechos aparatosos de violencia, como el ocurrido hace unas semanas en Minatitlán o el reciente en Uruapan, dejan más víctimas que las que podemos contar con los dedos de la mano. Son advertencias: todo puede salirse de control.

Meses antes de lo acontecido en Ayotzinapa existieron señales de que la plaza se calentaba. De contar con un sistema de alertas tempranas y capacidad de respuesta, es posible que la tragedia humana se hubiera evitado. Y el relato de la administración de Peña Nieto hubiera sido muy distinto. Ayotzinapa fue el punto de quiebre de un gobierno que no pudo evitar los sucesos, pero tampoco pudo esclarecerlos y hacer justicia. Y pagó cara su incompetencia.

No deseo ni siquiera imaginar al presidente López Obrador –y a todos los mexicanos– frente a la repetición de ese escenario doloroso. Por eso mismo supongo que el mandatario está al tanto de los riesgos y preparado para encararlos. O más bien: quiero suponer, porque no tengo certezas. Lo que se alcanza a ver hasta ahora son muchos cabos sueltos y nadie que pueda atarlos, lo que genera una sensación de vacío de autoridad, susceptible de ser ocupado por el caos. Reza el dicho: "A río revuelto, ganancia de pescadores". Y nuestro río está revuelto por cosas que hereda el Presidente y por otras que él mismo genera.

La decisión de desmantelar la Policía Federal, luego de denostarla públicamente, me parece temerario en un contexto como el que vivimos. Creo que la decisión de marginar a los gobernadores y alcaldes en su esquema de toma de decisiones centralizada es un error, pues los necesita activos y alineados tras el objetivo de abatir el crimen. Y su obsesión por la austeridad ha hecho que mengüen todavía más las capacidades de las burocracias, que son al final de cuentas quienes operan los instrumentos del Estado para resolver los problemas públicos. Cuando necesitamos más Estado, el Presidente lo cercena.

En su afán de refundación, además, nos deja en el curso de múltiples transiciones. La de la creación de una nueva Secretaría de Seguridad, de un nuevo sistema de inteligencia, de un nuevo cuerpo de seguridad federal, de nuevos programas sociales. ¿Y en medio de todos estos procesos tendremos capacidad de reacción frente a emergencias?

El Presidente, por lo pronto, descansa en las Fuerzas Armadas para lidiar con lo inmediato. Sería interesante conocer en qué basa la expectativa de que su despliegue arrojará resultados distintos a los obtenidos en la última década.

La realidad en este campo es muy dura, implacable. Hay que atenderla con inteligencia e, incluso, hay que saber corregir el rumbo, antes de que los planes de este gobierno se descarrilen.

COLOFÓN

Una última reflexión sobre renuncias de alto impacto

No tan sonada como la de Germán Martínez, pero también preocupante, fue la renuncia de Patricia Bugarin como subsecretaria de Seguridad Pública de la nueva Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. En su no corta trayectoria en el sector de la seguridad y la justicia, siempre se destacó por su compromiso y eficacia. Su renuncia no habla bien de los intríngulis en dicha dependencia.

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