Eduardo Guerrero Gutiérrez

El crimen internacional en la Riviera Maya

Si el Caribe mexicano se consolida como un hub para la delincuencia trasnacional, de vez en vez será inevitable que se susciten ajustes de cuentas que involucren a ciudadanos extranjeros.

Este viernes se reportó un tiroteo en uno de los hoteles de Grupo Xcaret, en la Riviera Maya, con saldo de dos muertos y una mujer herida, todos canadienses. Los hechos (que habían sido precedidos por otros incidentes preocupantes, como la irrupción de un comando armado en un hotel de Puerto Morelos en noviembre) inevitablemente sacudieron al sector turístico y recibieron amplia cobertura en la prensa, tanto en México como en el exterior.

Después del ataque se reveló que las víctimas tenían antecedentes en Canadá por tráfico de armas y drogas, y lavado de dinero. Algunos medios los ligan con Cong Dinh, el líder de una mafia vietnamita que opera en Estados Unidos y Canadá. Sobre el agresor hay poca información. Se sabe que estaba hospedado en el hotel. La Fiscalía de Quintana Roo divulgó algunas fotos y se realizó un operativo para capturarlo (sin embargo, planeó bien su huida, perdiéndose en la selva que rodea Xcaret). Todo parece indicar que el ataque no fue una acción dirigida contra el hotel y se sigue la hipótesis de que se trató de un ajuste de cuentas. Ante lo ocurrido en Xcaret, y a reserva de la información que vaya arrojando la investigación, me parece importante hacer dos reflexiones.

La primera es que no creo que estemos en el inicio de una espiral de violencia en Quintana Roo, que vaya a llevar a una crisis como las que se han vivido en muchos otros estados del país. Mucho menos que este tipo de ataques en hoteles se vayan a volver cotidianos.

De hecho, en los principales destinos del turismo internacional en nuestro país hay experiencias positivas de contención de la violencia criminal. Los Cabos, por ejemplo, hizo frente a una situación difícil hacia el final del sexenio de Peña Nieto, por un conflicto entre dos facciones del Cártel de SinaloaLos Dámasos y Los Chapitos– que se disputaban la venta de droga. En 2017 el crimen organizado asesinó a 368 personas en Los Cabos. Sin embargo, la emergencia se resolvió rápidamente. En 2018 se reportaron 64 ejecuciones, el año pasado fueron 29. Los Cabos actualmente es el segundo municipio con más baja percepción de inseguridad en el país, sólo por debajo de San Pedro Garza García (de acuerdo con el último levantamiento de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, con cobertura en 75 alcaldías y municipios).

En las zonas donde la actividad económica predominante es la atención al turismo internacional, prácticamente nadie dentro de la comunidad empresarial está dispuesto a tolerar un escalamiento de la violencia. Por ello, los incidentes de violencia –que en otros lugares se aceptan casi con fatalismo, como un mal necesario– rápidamente dan lugar a una movilización de la policía y del aparato de procuración de justicia. Aunque puede haber algunos incidentes, como los que se han registrado esporádicamente en la Riviera Maya, a ningún grupo criminal le conviene llamar demasiado la atención en ese contexto.

Mi segunda reflexión, menos alentadora, es que hay señales de que el Caribe mexicano se ha convertido a lo largo de los años en un destino atractivo para criminales de todo el mundo. A lo anterior ha contribuido la combinación de playa, antros y prácticas sumamente relajadas para el ingreso al país. El caso más emblemático hasta ahora ha sido la banda del rumano Florian Tudor. Sin embargo, desde hace años hay reportes de distintas células de criminales originarias de Europa del Este (incluida Rusia).

Estos grupos internacionales no buscarán competir en los mercados criminales que ya dominan el CJNG y otras organizaciones domésticas. Tampoco está en su lógica reclutar grandes brazos armados. Sin embargo, sí pueden convertirse en un problema grave. Por un lado, porque incursionarán en nuevas modalidades delictivas, para las cuales ni las autoridades de Quintana Roo ni del gobierno federal están preparadas. Esto ocurrió, por ejemplo, con la banda de Florian Tudor, ligada con distintos esquemas de fraude con cajeros automáticos y tarjetas de crédito. Las células internacionales también pueden ofrecer servicios y contactos clave para los grupos criminales nacionales (sobre todo para lavado de dinero y el tráfico de armas, de drogas y de personas).

Finalmente, si el Caribe mexicano se consolida como un hub para la delincuencia trasnacional, de vez en vez será inevitable que se susciten ajustes de cuentas y otros hechos de violencia, que involucren a ciudadanos extranjeros. Aunque éstos no sean sistemáticos, ni impliquen un alto riesgo para las personas que sólo vienen a hacer turismo, estos hechos tienen resonancia en los medios e inevitablemente dañan la imagen de la Riviera Maya y de México.

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