La semana pasada escribí sobre la captura de Rafael Caro Quintero y la importancia simbólica que ésta tenía para la DEA. Caro Quintero ya no jugaba en las grandes ligas del narcotráfico, al menos no al nivel de el Mencho o de los principales líderes del Cártel de Sinaloa. Sin embargo, su captura era un objetivo prioritario para el gobierno de Estados Unidos. En 1985 Caro Quintero mandó asesinar al agente especial Enrique Kiki Camarena. Su detención más de tres décadas después demuestra que el gobierno norteamericano está dispuesto a llegar muy lejos para castigar a cualquiera que se meta con los suyos. Así lo confirmó, en una interesante entrevista publicada ayer, Mike Vigil, exjefe de Operaciones Internacionales de la Agencia Antidrogas: “... si alguien mata a un agente de la DEA, lo vamos a perseguir por todo el mundo, con todos los recursos y todo el esfuerzo necesario. Es muy importante enviar el mensaje a estos narcotraficantes de que si matan a uno de nuestros agentes, tarde o temprano los capturaremos”.
Pareciera que AMLO quiere mandar exactamente el mensaje contrario a las instituciones mexicanas de seguridad. Lo digo a propósito del trágico fallecimiento de los 14 marinos que participaron en el operativo de captura de Caro Quintero, y que murieron cuando el helicóptero en el que viajaban se desplomó en las inmediaciones del aeropuerto de Los Mochis. Al igual que muchos otros mexicanos (y supongo que al igual que las familias de los marinos fallecidos, de quienes no conocemos la identidad), quedé un tanto perplejo cuando me enteré que AMLO no asistió al funeral oficial organizado por la Secretaría de Marina. Dentro de la tragedia humana, este acto debió haber sido un espacio para despedir con los más altos honores a las 14 personas que murieron, y para refrendar el compromiso del gobierno con todos los que ponen en riesgo su vida al servicio de la nación. No fue así. Como era previsible, la nota fue la ausencia del Presidente.
Cada vez queda más claro que la detención de Caro Quintero se hizo por iniciativa de la DEA, pero que el gobierno accedió a regañadientes o que, como el propio Vigil sugiere, el Presidente sólo tuvo conocimiento de la detención hasta el último minuto. Por eso la extraña insistencia en negar la participación de la DEA, cuando es bastante claro que la información clave para concretar la captura vino de dicha agencia. Sobre este punto cito nuevamente a Vigil: “en México, las fuerzas de seguridad no tienen los fondos para reclutar y pagar informantes. La DEA tiene estos fondos”. Así de sencillo.
El caso es que el Presidente parece no estar del todo contento con la captura, o que la quiere minimizar, o que no quiere que ésta se interprete como lo que es: un ejemplo de colaboración de México con la agenda de las agencias norteamericanas de seguridad. Probablemente considera que los capos verán esta captura como una afrenta, y que él perderá parte de la reputación que ha cultivado como un mandatario que les tiene ciertas consideraciones. Sólo así me explico la decisión de ausentarse del funeral de los 14 marinos.
No es la primera vez que el actual gobierno tiene gestos insólitos hacia la delincuencia. La ausencia del Presidente en el funeral se suma, por ejemplo, al conspicuo saludo, en 2019, a Consuelo Loera, madre de El Chapo Guzmán. En el trato con capos, AMLO parece estar convencido de que vale la pena mostrar cierta consideración, incluso si ello le vale herir susceptibilidades de sectores amplios de la sociedad, y ahora también de las Fuerzas Armadas.
El Presidente haría bien en revalorar su prioridades. Una cosa plenamente justificable es terminar con la política de ‘mátenlos en caliente’, como le gusta decir. Otra muy distinta es querer ganarse la simpatía de los capos. Tal vez al principio del sexenio AMLO pensó que valía la pena intentar pacificar al país a partir de un entendimiento amistoso entre narcos y autoridades, como era la norma en tiempos del PRI. A estas alturas ya debería haberse dado cuenta que eso no es posible, por más gestos de buena voluntad que empeñe su gobierno. Frenar la violencia criminal, y los fabulosos negocios que han prosperado en torno de la violencia, ya no es algo que esté ni en la lógica, ni en el interés –ni siquiera en las posibilidades– de los capos.