La captura de Ovidio Guzmán López, El Ratón, era un golpe necesario. Que este hijo del Chapo siguiera en libertad, tras los hechos de octubre de 2019, era una afrenta para las Fuerzas Armadas. También era una mancha personal para AMLO, quien en su momento reconoció que, ante la presión de las huestes del Cártel de Sinaloa, decidió dejarlo ir. El operativo del jueves pasado manda el mensaje de que, en última instancia, ningún líder criminal puede más que el Estado mexicano. Sin embargo, la captura también exhibió que, en su lucha contra algunas organizaciones criminales, los militares están solos y son extremadamente vulnerables.
La versión oficial es que el Ejército estuvo seis meses al acecho de Ovidio, a la espera del momento propicio –cuando estuviera afuera de la zona urbana de Culiacán– para así evitar que se repitiera el Culiacanazo. Esta vez, a diferencia de 2019, el presidente, el secretario de Defensa, el secretario de Gobernación y la secretaria de Seguridad estuvieron al tanto del operativo de captura desde el comienzo. Tenían presentes los posibles daños colaterales. Aunque no pudieron hacer gran cosa para mitigarlos, estaban preparados para asumirlos. El plan funcionó, pero sólo en lo que concierne al objetivo de concretar la captura y lograr el traslado de El Ratón afuera de Sinaloa. Para cualquier otro efecto, el operativo fue un desastre o, en el mejor de los casos, una victoria pírrica.
En el poblado de Jesús María, el lugar de la captura, y donde tuvo lugar el enfrentamiento más cruento, el costo humano fue terrible. Hubo por lo menos 29 bajas, incluyendo diez soldados. Sin embargo, las cosas no se quedaron ahí. Los brazos armados al servicio de los Guzmán lograron sembrar terror en todo el estado. Culiacán nuevamente quedó convertida en una zona de guerra, con numerosas balaceras y vehículos quemados. El gobernador, Rubén Rocha, tuvo que pedir a la población que no saliera. El secretario de Seguridad estatal reportó que los criminales lograron bloquear 18 vialidades (nueve en Culiacán, tres en Los Mochis, y otras seis en el sur del estado). También hubo una agresión armada contra un avión comercial, y en total cuatro terminales aéreas, Culiacán, Mazatlán, Los Mochis y Ciudad Obregón, tuvieron que suspender operaciones. Hay poca información sobre detenciones de sicarios en las calles, o sobre el papel que la policía estatal y las corporaciones municipales desempeñaron el jueves pasado. La percepción es que simplemente se dejó que los criminales se adueñaran de las calles. Así, la captura semeja una operación heroica del Ejército Mexicano en un territorio controlado por el enemigo.
Por un lado, la detención de Ovidio cambia el juego. Desde la perspectiva política y mediática, no se puede negar que fue un gol para el gobierno y para las Fuerzas Armadas. Los símbolos importan, y la captura de un capo, más si se apellida Guzmán, tiene un enorme valor simbólico, sobre todo en el contexto de la visita del presidente Biden que inicia hoy. Los hechos del jueves pasado también tendrán implicaciones al interior del Cártel de Sinaloa. Es probable que se modifique la correlación de fuerzas entre los distintos clanes que integran la cúpula: Los Zambada, Los Guzmán, Los Salazar, Los Cázares, Los Paredes, Los Salgueiro, Los Coronel, Los Núñez Meza y Los Cabrera.
Por otro lado, los hechos revelan que la situación en Sinaloa sigue siendo más o menos la misma que durante el Culiacanazo de 2019, o durante la jornada electoral de 2021 (cuando el crimen organizado se dio el lujo de secuestrar completa a la maquinaria de operadores políticos del PRI de Sinaloa). AMLO quiere borrar la imagen de haber sido un presidente blando con la delincuencia. Por eso, en la fase final de su gobierno está recurriendo a la vieja receta de las capturas de alto perfil. En diciembre fue arrestado Antonio Oseguera Cervantes, líder del CJNG y hermano del mismísimo Mencho. Este sábado, sólo dos días después de la captura de Ovidio, fue detenido José Rodolfo Villarreal Hernández, El Gato, quien se encontraba en la lista de los 10 más buscados del FBI.
Desafortunadamente, las capturas de capos famosos, como ya se ha demostrado hasta el cansancio, no son la solución ni a la violencia ni al narcotráfico. Si así fuera, hace tiempo que los mexicanos viviríamos en paz. La verdadera fuerza de los cárteles no viene de sus liderazgos, que eventualmente se puede reemplazar, sino de sus enormes ejércitos privados, y del control territorial que viene con ellos. Es gracias a esta maquinaria de violencia que los cárteles tienen la capacidad para extorsionar a medio mundo, para paralizar ciudades enteras, o para asegurarse de que ninguna autoridad los moleste en ciertas regiones. El jueves quedó claro que, en Sinaloa al menos, la maquinaria sigue relativamente intacta.