Eduardo Guerrero Gutierrez

¿Cien días de lo mismo?

Después de los primeros 100 días de gobierno, las cifras de la inseguridad son tan malas como antes. Sin embargo, la comunicación y la percepción son distintas.

En los hechos, en lo que a la estrategia de seguridad se refiere, poco ha cambiado en los últimos 100 días. El discurso, las ideas y los proyectos del gobierno son distintos. Sin embargo, las Fuerzas Armadas y la Policía Federal han seguido operando más o menos como lo hacían antes del 1 de diciembre. Se ha hablado mucho de construcción de la paz, de coordinaciones regionales y de Guardia Nacional. En febrero, el gobierno despachó elementos a 17 "regiones prioritarias", en principio como un adelanto de lo que sería la operación permanente de la Guardia Nacional. Sin embargo, a los elementos desplegados se les asignaron las mismas tareas de siempre: patrullar las calles y montar retenes. No sorprende, por lo mismo, que la inseguridad y la violencia hayan seguido sin mayor cambio.

En el arranque del gobierno, el presidente prometió que se enfocaría en reducir tres delitos: el homicidio, el robo de vehículo y el robo de combustible. En los dos primeros casos los resultados han sido malos: en enero hubo dos mil 853 víctimas de homicidio doloso, cifra ligeramente superior al promedio mensual para 2018 (que fue el año más violento en la historia reciente del país). Con más de 17 mil 600 unidades robadas, el robo de vehículo en enero también estuvo ligeramente por arriba del promedio del año pasado.

El robo de combustible es un tema aparte. Los cierres de ductos, el desabasto y las imágenes de soldados en refinerías y otras instalaciones, necesariamente generaron un impacto, que parecen confirmar las cifras alegres divulgadas por Pemex. De acuerdo con la paraestatal, el volumen de combustible robado pasó de un promedio de 56 mil barriles diarios, en 2018, a ocho mil barriles diarios en febrero de este año (es decir, una reducción del 86 por ciento). Sin embargo, habría que tomar con reservas la historia de éxito instantáneo que nos presenta el gobierno. Es probable que parte del robo se siga haciendo, pero en segmentos de la cadena de distribución que son más difíciles de monitorear, como el robo de pipas.

Por otra parte, algunos de los grupos más importantes de huachicoleros probablemente optaron por mantener un bajo perfil en los últimos meses, apostando a que el gobierno y los medios terminarán por bajar la guardia. La historia de José Antonio Yépez Ortiz, El Marro, líder del llamado Cártel de Santa Rosa de Lima, que opera principalmente en Guanajuato, deja al descubierto el enorme poder que tienen las mafias huachicoleras (un poder que no desapareció por una interrupción temporal en el flujo de combustible por los ductos).

Los repetidos fracasos para capturar a El Marro también exhiben que el gobierno sigue golpeando con pared por las mismas razones de antes. La corrupción o ineptitud de las autoridades locales permiten a El Marro ir siempre un paso adelante, e incluso que algunos de sus operadores más cercanos salgan libres cuando son detenidos. A pesar de la aprobación presidencial que ronda el 80 por ciento y de la promesa de apoyos económicos, la gente de Santa Rosa y las comunidades aledañas lo siguen protegiendo (los pobladores han hecho de todo para bloquear el paso del Ejército, desde incendiar vehículos hasta manifestaciones con familias enteras). A pesar de la intensa presencia militar en todo Guanajuato, este fin de semana un comando criminal se atrevió a atacar un antro de Salamanca, dejando un saldo de por lo menos 15 muertos. Las imágenes de estos hechos no se distinguen en nada de las que vimos en Monterrey, en 2011, o en Michoacán, en 2014.

Después de los primeros 100 días de gobierno, las cifras y la realidad son tan malas como antes. Sin embargo, la comunicación y la percepción son completamente distintas. Pienso en los grandes tropiezos y tragedias del sexenio pasado: la desaparición de los estudiantes en Iguala o la fuga del Chapo. En las primeras horas de la crisis –las que son de verdad decisivas– el equipo de Peña Nieto estuvo ausente o cometió errores imperdonables. Peña Nieto tardó más de un mes en recibir a los padres de los estudiantes desaparecidos en Iguala. En contraste, apenas cinco horas después de que se registrara la explosión en Tlahuelilpan, AMLO estaba en el lugar de los hechos, ofreciendo apoyos a la comunidad. A pesar del número de muertos, y aunque había presencia plenamente documentada de elementos de Sedena al momento en el que se registró la explosión, la tragedia no empañó en lo más mínimo al gobierno.

Finalmente, en estos primeros 100 días, el gobierno de AMLO también dio los pasos más importantes para edificar un nuevo modelo de gobernabilidad; uno que tiene rasgos clientelares inconfundibles y que estará exento de cualquier mecanismo creíble de rendición de cuentas. Mientras la oposición y los medios se engancharon en el debate sobre la Guardia Nacional, miles de servidores de la nación continuaron con la tarea de visitar millones de hogares. Todavía no es claro cómo se utilizará esta estructura. Podría ser el as bajo la manga que por fin permita recuperar las comunidades que actualmente controlan los delincuentes. Podría también ser un instrumento para movilizar el voto a favor de Morena. Podrían ser ambas cosas.

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