El mes pasado la vida nos cambió a todos. O casi a todos. Algunas actividades económicas se frenaron y otras se transformaron de forma radical. Muchos trabajadores en la economía informal siguen saliendo a diario, pero incluso ellos han visto sus ingresos mermados. Desafortunadamente, lo que permaneció igual fue la violencia del crimen organizado que, por lo menos hasta el 31 de marzo, siguió produciendo muertos a un ritmo frenético (aunque tampoco hubo un aumento). De acuerdo con el monitoreo de Lantia Consultores, el mes pasado concluyó con mil 971 homicidios vinculados con el crimen organizado. Esta cifra es muy cercana a la registrada en febrero (mil 983), en enero (2 mil 57), y al promedio mensual para 2019 (mil 997).
La violencia criminal ni siquiera se redujo hacia fines de mes, cuando entramos a la fase 2 de la pandemia y las medidas de distanciamiento social se generalizaron. De hecho, el 31 de marzo fue uno de los días más violentos, con 82 ejecuciones. Para poner las cosas en perspectiva, hasta el 11 de abril, el máximo de fallecimientos por coronavirus registrados en México en un lapso de 24 horas era de 40.
No sólo llama la atención que el número absoluto de ejecuciones haya permanecido constante durante los primeros días de la cuarentena. Tampoco hubo mayores cambios en la distribución geográfica de la violencia que nos hagan pensar en una transformación importante de las prioridades y conflictos de los criminales. En marzo, Guanajuato fue el estado que registró más ejecuciones (como ya es una dolorosa costumbre, hubo una serie de 'jornadas violentas' en Celaya y sus alrededores, con explosiones y asesinatos múltiples). La segunda posición la ocupó Baja California y la tercera Michoacán. Guerrero y Chihuahua se colocaron, respectivamente, en cuarto y quinto lugar. Exactamente el mismo top 5 de violencia que tuvimos en 2019. En ninguna otra entidad federativa hubo una disminución o un aumento dramático de las ejecuciones. Para los sicarios, al parecer, en los primeros días de la cuarentena todo fue business as usual.
No descartaría que en las próximas semanas y meses sí veamos una variación importante en la violencia. La crisis económica que se vislumbra seguramente limitará algunos negocios criminales al tiempo que abrirá nuevas oportunidades. El combustible está en sus precios más bajos desde el gasolinazo de 2017 (y aún así, las gasolineras lucen desiertas). Es muy probable que el huachicol también se vea afectado. El cobro de cuota a negocios también entrará en crisis tarde o temprano. Las decisiones que tomen los grupos que se dedican a este giro (si dan o no 'facilidades' a sus víctimas) incidirá sobre la evolución de los homicidios en los próximos meses.
Sin embargo, la ausencia de un cambio inmediato nos revela algo importante sobre los cárteles y las mafias que generan el grueso de la violencia en México: no son organizaciones que operen con un horizonte temporal demasiado breve. A diferencia de millones de negocios y hogares, los grandes criminales no viven ni al día ni a la quincena. El que se interrumpa el resto de la actividad económica por algunas semanas no los obliga a suspender o a replantear sus actividades estratégicas. En esto hay una diferencia importante con los criminales más precarios, de otros países, donde sí se ha observado, durante la cuarentena, una disminución sustancial de distintos delitos, incluyendo los homicidios.
A diferencia de lo que ocurre con las empresas legales, los grupos criminales no tienen que correr a medio mundo. Tampoco se han visto orillados todavía a buscar de forma desesperada apropiarse del negocio de sus rivales (lo que se hubiera reflejado en más violencia o en nuevos brotes de violencia en lugares que estaban tranquilos). Por el contrario, el tipo de organizaciones criminales que tenemos pueden darse el lujo de planear. Por lo tanto, serán actores importantes en los difíciles meses que vienen.
Todavía no sabemos cómo se comportarán las organizaciones criminales. Algunas tal vez decidan buscar nuevos ingresos en los robos o los saqueos, o se aprovechen del creciente desempleo para reclutar nuevos brazos armados. Es probable que las organizaciones más prósperas opten por el papel de benefactoras, lo que en el largo plazo afianzará su poder social y político. Incluso es posible que en algunas regiones actúen como 'aliados' de las autoridades (esto ya está ocurriendo en los barrios de algunas ciudades de Centroamérica y de Venezuela donde las pandillas han salido a vigilar que se cumpla la cuarentena). Son escenarios que el gobierno, ya de por sí abrumado por la crisis, deberá considerar en los próximos meses.