Universidad Iberoamericana de Puebla y Universidad de Guadalajara.
El día de ayer se presentó en El Colegio de México el libro “Patrones de desarrollo económico en los seis países de Centroamérica (1950-2018), coordinado por la Cepal (Comisión Económica para América Latina) y por la embajada de Noruega en Ciudad de México. El libro es un análisis de historia económica comparada reciente que muestra con claridad los patrones de desarrollo de esos países, sus ‘claros y sombras’, y los caminos que transitaron a lo largo de los últimos 70 años. Esta presentación coincide con el homenaje luctuoso que le hizo El Colegio Nacional al economista Leopoldo Solís Manjarrez, quien consideraba que la historia económica es un instrumento fundamental de análisis para comprender el presente y poder visualizar posibles escenarios futuros. Viene a cuento por lo que sigue.
En este caso, resulta muy interesante este trabajo comparado porque permite asomarse a una especie de laboratorio social y económico con una muestra de seis casos. Si bien existen muchas similitudes básicas, como los tamaños de los territorios, también muestran diferencias importantes, como su densidad y estructura poblacional. Pero a pesar de esas diferencias, se pueden derivar algunas enseñanzas que podemos aprovechar para entender mejor a nuestro país. Todos ellos, incluido México, tuvieron un auge económico basado en la sustitución de importaciones desde la posguerra hasta la crisis de la deuda en 1982, cuando sufrieron estancamiento y la necesidad de restructurarse. Compartían dificultades como déficit fiscales crónicos y, en algunos casos, empresas públicas altamente ineficientes que absorbían recursos necesarios para mejorar la educación y la salud. Tras la recuperación gradual de la crisis de los años 80 vinieron intentos diversos para eliminar esos problemas. Todos veían la necesidad de aumentar su productividad y diversificar sus economías, especialmente sus exportaciones.
De todos esos países, sin duda Costa Rica ha sido el más exitoso en lo económico y en lo social. Es cierto que Costa Rica partía de un mejor nivel que sus vecinos, pero se ha distinguido por la construcción de su sistema social más incluyente y su énfasis en la educación, así como un pacto social y democrático que ha perdurado. Hoy el sistema universal de salud protege a 95 por ciento de la población (sólo 71.8 por ciento en México) y sólo 16 por ciento de la población se encuentra en pobreza (en México es 43.9 por ciento). Como respuesta a la crisis de los ochenta, que fue poco duradera por su relativo bajo nivel de endeudamiento, Costa Rica se enfocó en diversificar sus exportaciones apoyado por la Iniciativa del Caribe, y logró también, mediante políticas industriales específicas, darle mayor valor agregado a su producción. Este proceso estuvo enmarcado por un sistema político abierto, consenso social y una democracia reconocida, con instituciones relativamente fuertes que la resguardan. Costa Rica y Uruguay son los únicos dos países de América Latina que están considerados como democráticos por el Democracy Index de The Economist.
No sucedió lo mismo con los demás países. Sólo Panamá ha tenido un crecimiento económico elevado, aunque su desarrollo social es menor que el de Costa Rica. Es un país que goza de las rentas de la operación del Canal de Panamá, y cuya economía gira casi enteramente alrededor de esa actividad. El sector agropecuario, por ejemplo, apenas llega a 2.0 por ciento del PIB. Por su parte, Guatemala, El Salvador, Honduras e incluso Nicaragua han estado plagados de inestabilidad política y violencia por años, y sus avances son mucho más modestos. No son de extrañar los enormes flujos de migrantes guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y nicaragüenses que hemos visto en los últimos años.
Resulta interesante el análisis para México porque nos muestra con claridad por qué México, a pesar de avances, no ha sido tan exitoso como Costa Rica. Destacan tres elementos: la integración y la apertura económica son esenciales y positivas, pero deben ir acompañadas de una mayor incorporación de valor agregado a lo que se produce en el país y aumentos de la productividad, y distribución equitativa de sus beneficios. Segundo, la importancia de contar con una política social de Estado, que trascienda los sexenios, en que se privilegie la dotación de servicios públicos de calidad para todos, especialmente educativos, de salud y de aseguramiento contra catástrofes. Es decir, debemos apostar por igualar las oportunidades para todos. Tercero, apostar por la fortaleza del Estado de derecho y los principios democráticos, como vía para la estabilidad y convivencia política y social. Ello incluye, evidentemente, la seguridad y la ausencia de corrupción y de impunidad.
El análisis histórico, como aseguraría Leopoldo Solís, brinda pistas claras para el análisis del presente y visualización del futuro. El camino hacia adelante para México es más claro de lo que a veces pensamos, pero para ello se requiere un liderazgo político acompañado del consenso de la sociedad.