Enrique Cardenas

Ilusión monetaria-cambiaria

La sensación de bonanza, materializada por un peso superfuerte, justifica el optimismo de quienes ven el vaso medio lleno vs. los que lo ven medio vacío, o muy vacío.

Universidad Iberoamericana de Puebla y Universidad de Guadalajara.

Hace muchos años, cuando estudiaba economía, aprendimos lo que entonces se llamaba la “ilusión monetaria”. Se refería a la impresión, a una ilusión, que generaba entre los consumidores (los agentes económicos) el que hubiera mucho más dinero en circulación, que se gastara mucho, que la gente sintiera que tenía más dinero en el bolsillo, aunque en realidad sólo se trataba de una ilusión: el poder de compra de ese dinero mermaba constantemente por la inflación que había generado, precisamente, por la abundancia de medios de pago en la economía.

Así, el exceso de gasto facilitado por la impresión de dinero en los años 1970, con Echeverría y luego López Portillo, daba la impresión de que estábamos en jauja (y de hecho sí había de momento un alto crecimiento económico que luego reventaría) y que aquella bonanza perduraría mucho tiempo. La gente gastaba más, viajaba al extranjero, se endeudaba pensando que sus ingresos seguirían aumentando en el futuro. Con el tiempo, la ilusión monetaria terminaba por confrontarse con la realidad: el consumidor tenía más dinero, pero le alcanzaba para menos por el aumento de los precios de lo que compraba. Sólo si decidía salir al extranjero de compras o de paseo percibía que tenía mayor riqueza, porque sus ingresos en dólares aumentaban al estar prácticamente fijo el tipo de cambio. Ganar más en pesos significaba que su salario en dólares también aumentaba. Tenía una percepción de prosperidad y de cierta riqueza.

Me parece que hoy en México estamos viviendo una situación que guarda algunos paralelos con aquella época, aunque desde luego existen diferencias que las separan. Me refiero a que en ciertos medios se tiene la impresión de que la economía está mejor de lo que muchas “aves de mal agüero” pronosticábamos respecto del desempeño económico del país. Para respaldar esa visión más optimista se argumenta que finalmente México creció al 3.0 por ciento el año pasado, que la inversión extranjera continúa llegando al país, que las finanzas públicas están estables y que el peso está más fuerte que el dólar. Y esta sensación cobra realidad cuando las personas miden sus ingresos de México valuados en dólares, cuando deciden vacacionar en Europa o Estados Unidos y encuentran que la vida en esos países es accesible, al comprar algún bien importado que no les parece tan caro como normalmente sería. Esa sensación de bonanza, materializada por un peso superfuerte, justifica el optimismo de quienes ven el vaso medio lleno versus los que lo vemos medio vacío, o muy vacío. Parece existir una especie de “ilusión cambiaria”.

Y digo que es ilusión porque apenas estamos alcanzando el nivel de producción de bienes y servicios que teníamos en 2018; si dividimos el PIB por el tamaño de la población, hoy México produce menos que hace ya varios años. Es una ilusión también porque la pobreza ha aumentado, porque las carencias en salud y educación se han agudizado lamentablemente, por los más de 700 mil muertos en exceso que hemos tenido por el golpe de la pandemia y su pésima gestión, por la falta de mantenimiento e incluso destrucción del patrimonio nacional, y un largo etcétera.

La ilusión monetaria de los años setenta terminó en tragedia: la crisis de la deuda y la expropiación de la banca que sumieron al país en una larga contracción constituyó la década perdida de los años ochenta, con alta inflación y apretón del cinturón generalizado por varios años. Es probable que la ilusión cambiaria actual no termine en crisis económica como la de 1976 y la de 1982, que registraron fuertes devaluaciones del peso y altísimas tasas de interés. Se puede explicar porque México todavía tiene cierto espacio de endeudamiento y puede aguantar, cada vez con más dificultad, los aumentos insoslayables del gasto en pensiones y en servicio de la deuda sin tener incremento de los ingresos que puedan cubrirlos. Además, el gobierno federal ha convertido a pesos casi toda su deuda, por lo que ya debemos poco en dólares y eso le quita presión al tipo de cambio. Si las remesas siguen aumentando, habrá suficientes dólares baratos para los mexicanos por el próximo año y un poco más.

Entonces, ¿tienen o no razón quienes son optimistas en cuanto al desempeño económico de México de los últimos años? Me parece que en realidad están experimentando esa ilusión cambiaria apuntalada por el equilibrio macroeconómico inmediato, sin querer ver los nubarrones que se vislumbran en el futuro próximo, un futuro que les parece suficientemente lejano como para preocuparse el día de hoy. Pero algo queda claro: nunca las ilusiones monetarias se han disipado sin antes caer en una crisis, pues son éstas las que normalmente terminan imponiendo las realidades.

COLUMNAS ANTERIORES

La inconstitucionalidad no es un problema
Ni rápido ni abrupto el deterioro

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.