Enrique Cardenas

Año nuevo, Trump y Maduro

México tiene hoy escaso margen de maniobra para enfrentar los retos que se avecinan. Lo que se vislumbra es muy poco atractivo.

Este nuevo año comenzará con dos hechos clave en el exterior que repercutirán en México: la toma de protesta de Donald Trump y la inminente reelección de Nicolás Maduro. De la primera, se sabe lo que viene, aunque no el grado ni el momento preciso: deportación de migrantes y sus familias, proteccionismo arancelario, endurecimiento de la frontera y la más activa intervención del gobierno norteamericano y su trato a los cárteles mexicanos. Todas las señales, nombramientos y declaraciones del presidente electo Trump apuntan en esa dirección y sólo falta conocer el momento preciso y las acciones concretas en cada uno de esos ámbitos, pero en ningún caso serán neutras para México. Y México tiene hoy muy poco margen de maniobra para enfrentar los retos que se avecinan.

En el caso de la renovación del gobierno de Maduro, en medio del no reconocimiento de su triunfo por parte de diversos países, o al menos extrañamiento ante el proceso electoral evidentemente fraudulento en Venezuela, la decisión de Claudia Sheinbaum de dar por bueno el resultado oficial de los comicios en ese país marca sin ambigüedad su postura y muestra nuevamente su talante antidemocrático. El pasado 23 de diciembre en la mañanera, ante una pregunta expresa, la Presidenta señaló que enviaría una representación del gobierno mexicano a la ceremonia de inicio de un nuevo periodo presidencial en Venezuela el próximo 10 de enero, o al menos asistiría el embajador mexicano. Este reconocimiento de nuestro gobierno del supuesto triunfo de Maduro decretado por las ‘instituciones electorales venezolanas’ sin prueba alguna, me avergüenza como mexicano. No es posible que dada la evidencia abrumadora demostrada con las actas electorales que le dan el triunfo al candidato de la oposición Edmundo González, y que han sido analizadas por el Centro Carter y otras organizaciones, México simplemente volteó hacia el otro lado. Todos sabemos de la sujeción del árbitro electoral al régimen de Maduro apuntalado por las fuerzas militares. México dejó pasar el tiempo, no dio ninguna explicación, y simplemente lo tomó como un fait accompli.

Y no es que yo tuviera alguna esperanza de que el régimen de la 4T tuviera un talante democrático, sino simplemente refuerza el camino que ha tomado desde hace seis años, y que justamente se parece en esto al régimen de Maduro, de Putin y de otros ‘líderes autoritarios’. La 4T liderada por López Obrador y en particular las medidas que la propia Claudia Sheinbaum ha tomado respecto de la supremacía de su gobierno sobre el Poder Judicial y sobre las autoridades electorales, tanto el INE como el Tribunal, apuntalada por las Fuerzas Armadas que gozan de cada vez más recursos y más discrecionalidad para el uso de su presupuesto, decidió no cuestionar el proceso electoral venezolano. De hecho, la 4T ha armado el entramado institucional en México para poder hacer algo semejante en caso de necesitarlo: controlar al árbitro electoral, tener la disposición servil del Tribunal Electoral y, en caso de que la oposición se organizara y la gente estuviera harta del régimen dispuesta a arriesgar su vida como lo ha hecho el pueblo venezolano, el gobierno de la 4T contaría con las Fuerzas Armadas para sostenerse en el poder. Así lo está haciendo Maduro. Sin ese apoyo, su régimen sería ya insostenible.

Coincido con varios líderes de opinión que hablan de un nuevo régimen en México, de una era posconstitucional, del fin del experimento democrático que duró unos treinta años. Coincido que, si bien el pasado no era perfecto ni mucho menos sus resultados en el que persistía la pobreza, la desigualdad y la exclusión, existía la perspectiva y la ambición de construir un régimen de libertades y de derechos, un Estado de derecho en el que todos fuéramos iguales ante la ley, un país que se acercara progresivamente a igualar las oportunidades para todos sus ciudadanos, un país donde el voto libre de cada persona no estuviera afectado por la dispersión de programas sociales que más que ayudar al desarrollo de las personas compran voluntades de manera clientelar. Era una aspiración, pues en realidad distábamos mucho de encontrarnos ahí, pero ese era el camino trazado y se avanzaba año con año. Hoy ya no existe ese camino. El actual apenas está iniciando y su desenlace lo podemos intuir al observar regímenes autoritarios parecidos. Y lo que vemos ahí es muy poco atractivo. No soy optimista de nuestro futuro como país.

Como escribí en otra columna en este espacio, hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en ‘pueblo’, en masa informe que sigue a su líder sin cuestionar, alimentado por sus dádivas, sin ser realmente sujeto de su historia.

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