Enrique Cardenas

Consecuencias de un gobierno sobrepasado

Saldremos de la pandemia con una economía debilitada, con un gobierno herido por su incompetencia e incapacidad que no sólo se medirá en pesos sino también en vidas humanas.

No cabe duda que el gobierno federal ha sido rebasado por prácticamente todos en la contingencia del coronavirus. Aún no ha establecido el Consejo General de Salubridad, mandatado en los artículos 4 y 73 de la Constitución, que se debe instalar en casos de pandemias y otras catástrofes sanitarias, la toma de decisiones ha sido inconsistente, fuera de tiempo y, a los ojos de cada vez más gente, altamente irresponsable e indolente. No se hacen suficientes pruebas (por lo que no sabemos cuántos casos tenemos ya), no se prevén los medicamentos e instalaciones que se van a necesitar, no se establecen mecanismos de distanciamiento social efectivos para minimizar los contagios, no se toman medidas para aliviar la contracción económica a nivel de trabajadores, patrones y empresas, no se actúa en coordinación con los gobiernos estatales ni con otras autoridades. Ni se menciona el problema de la caída del precio del petróleo, pero sí estamos atentos a la rifa no rifa del avión y ahora al avance de Sta. Lucía, lo cual tiene prioridad cero en estos momentos de crisis. Ante este hueco que ha dejado el presidente López Obrador, agravado por su última afirmación de ayer en la mañanera que quienes lo protegen (y por transmisión a todo México) son un trébol de cuatro hojas, escapularios y estampitas religiosas, diversos grupos de la sociedad (e incluso del gobierno) han reaccionado y han desbordado ya al gobierno.

Muchas universidades y escuelas han suspendido clases y las han redirigido a enseñanza a distancia, numerosos empleados están trabajando desde casa, algunas otras empresas están cerrando sus puertas minimizando su operación o han tomado fuertes medidas de prevención, una decena de gobiernos estatales ya suspendieron clases y han restringido reuniones, bares, gimnasios, etcétera. La SEP suspenderá clases a partir de la semana próxima, siendo una de las pocas instancias federales que han tomado cartas en el asunto. Y muchos miembros de la sociedad, en alguna medida, han tomado sus propias precauciones guardando una sana distancia, medidas de higiene personal y cuidados a personas con síntomas de la enfermedad. Nadie de ellos ha esperado a que el gobierno federal asuma el liderazgo que le corresponde, que plantee soluciones o paliativos. El gobierno federal ha sido rebasado y se pronostica que los servicios de salud lo serán también. En corto tiempo.

¿Qué significa que el gobierno haya sido sobrepasado? Tenemos algunas experiencias de lo que ha sucedido cuando esto ocurre. Por ejemplo, tras el temblor de 1985 el gobierno federal se quedó pasmado por algunos días. Reaccionó tarde y con poca efectividad. Su credibilidad quedó mermada y le costó el resto del sexenio al presidente De la Madrid. La pésima respuesta de Enrique Peña Nieto ante los hechos de Ayotzinapa, y la negación del involucramiento de fuerzas del Estado, fue un golpe del que no se recuperó el resto del sexenio. A nivel internacional, el golpe de la Gran Depresión de 1929 generó gran desempleo y zozobra entre la población; la actuación lenta e indecisa del gobierno tuvo como consecuencia que prácticamente todos los líderes de los países democráticos perdieran las siguientes elecciones. Es decir, este tipo de crisis en las que está en juego la vida y el patrimonio de muchos ciudadanos, cuando no se actúa con decisión y rapidez, terminan minando gravemente la fuerza del gobierno en turno.

Nuestro gobierno actual está en esa tesitura. Hace unas semanas escribí, antes de constatar la gravedad de la pandemia del coronavirus, que como país ya habíamos pasado el punto de no retorno. Mencioné entonces que la única manera para recuperar una tasa de crecimiento superior al 2.0 por ciento, el gobierno tendría que dar un golpe de timón. Tendría que echar atrás sus proyectos 'estratégicos', tendría que cambiar su política presupuestal y de gasto, tendría que modificar su política energética y mucho más, lo cual el gobierno NO estaba dispuesto a hacer. Y ahora la recesión mundial, que quizá llegue a depresión, se está gestando y repercutirá fuertemente en nuestro país. Ya se habla de tasas de crecimiento de menos 2.0 y hasta menos 4.0 por ciento para este año. Aunado al cero crecimiento de 2019, estaríamos hablando de una reducción del PIB per cápita en un 5.0 a 6.0 por ciento en dos años.

A los choques sanitario y económico externos le seguirá, irremediablemente, la consecuencia interna. Habrá una imagen pública de que el gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias, que no preparó el sistema de salud para la emergencia, que no evitó el contagio de tantas personas al no verificar la entrada de personas del extranjero o no hacer suficientes pruebas para determinar el tamaño de la pandemia, que no tomó las medidas económicas necesarias para enfrentar la contingencia. Y esa imagen, aún actuando al día de hoy, se mantendrá. En este otro sentido, ya también se pasó el punto de no retorno.

Saldremos de la pandemia con una economía debilitada, con un deterioro de la capacidad gubernamental de dirigir y convocar, con un gobierno herido por su incompetencia e incapacidad que ya no sólo se medirá en pesos sino en vidas humanas. Este descrédito del gobierno será un grave obstáculo para construir la armonía social, para impulsar la prosperidad económica y para lograr la unificación nacional. Se habrán desperdiciado seis años más de la vida del país.

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