Enrique Cardenas

Frente a una (nueva) década perdida

Al no haber políticas sustantivas para evitar el empobrecimiento de las personas, familias y la quiebra de empresas, la crisis se va a prolongar, al menos varios años.

Universidad Iberoamericana de Puebla/Puebla contra la Corrupción e Impunidad .

Los años ochenta son recordados en el imaginario público como la década perdida. Después de la expropiación de la banca en 1982 y la grave crisis de la deuda externa que azotó México y muchos países de América Latina, la economía mexicana no tuvo crecimiento per cápita a lo largo de casi diez años. Aumentó la pobreza, disminuyó la calidad y dotación de servicios públicos como la educación y salud, enfrentamos reducciones severas en el valor real de los salarios y el país respondió con una larga fila de reformas para rescatarlo de ese letargo y darle un horizonte hacia adelante. El viejo sistema se conmocionó y el contrapeso político de la oposición al PRI comenzó a tomar fuerza. Se sucedieron cambios importantes. Es lo que ocurre después de las crisis, no siempre para bien. El crecimiento fue de apenas 3.0 por ciento en promedio anual desde entonces a 2018.

Desde hace ya casi dos años hemos tenido una tendencia a la baja del crecimiento económico, con pocos nuevos empleos y persistencia de la pobreza y la desigualdad. La caída del crecimiento del PIB coincidió con la cancelación del nuevo aeropuerto en octubre de 2018, y se volvió persistente y continuo desde entonces. La caída ha sido constante y llegó a menos 0.3 por ciento en 2019, casi 2.0 por ciento en términos per cápita. Fue entonces que golpeó la pandemia a principios de 2020, inicialmente en China y luego Europa, para más tarde trasladarse a Estados Unidos, Canadá y América Latina. A México llegó a fines de febrero y desde entonces se ha recrudecido.

El golpe de la pandemia empezó por la desarticulación de las cadenas de suministro a nivel internacional y muy pronto por la caída de la demanda de todo tipo de bienes y servicios: transporte, turismo, energía y muchos más. Esto último, agravado por el conflicto entre Rusia y Arabia Saudita sobre el mercado petrolero mundial, colapsó los precios del petróleo y golpeó fuertemente a Pemex y las finanzas públicas de México.

La respuesta de muchos países fue impulsar políticas para mantener un ingreso mínimo de su población y poder quedarse en casa, respaldar el crédito y apoyar las empresas de todos tamaños. Los montos de apoyos son considerables y fluctúan mucho. Pero la mayoría de los países severamente golpeados han construido esquemas que brindan apoyos de al menos cinco, 10, 15 y más puntos porcentuales del PIB. México no lo ha hecho. Si acaso los apoyos anunciados llegarán al uno por ciento del PIB (además de las reducciones de gasto público para financiarlos).

No ha habido escasez de propuestas y planteamientos desde todos los ámbitos. Partidos políticos, el sector privado, organizaciones de la sociedad civil y universidades han instado al gobierno a adoptar medidas significativas para asegurar un ingreso 'vital' mientras pasamos la pandemia, apoyos a personas, familias y empresas para sortear lo que se ve como la crisis más grave de los últimos cien años.

El panorama es desolador. Ya estamos, en estos momentos, sufriendo el impacto. Millones de personas están perdiendo su fuente de ingresos, millones más no pueden dejar de salir a trabajar para ganarse su sustento, empresas pequeñas están cerrando, otras grandes están tratando de subsistir declarándose en quiebra en Estados Unidos para minimizar pérdidas. Por la falta de apoyo económico la gente ha tenido que salir a trabajar; ello ha alimentado los contagios y no se ve para cuándo se pueda aplanar la curva. Y al mismo tiempo, hay enorme presión para comenzar la reapertura de empresas en medio de los peores números de muertos por Covid.

El falso dilema de pandemia contra economía atrapó al gobierno. Al minimizar la importancia de la amenaza sanitaria y no hacer suficientes esfuerzos para controlarla, como dar un salario vital de emergencia para quedarse en casa, ahora le imposibilita o al menos dificulta reiniciar la apertura económica.

La falta de respuesta gubernamental decisiva en lo sanitario y en lo económico está generando más muertos y más penuria económica que pudieron haberse evitado. Al no haber políticas sustantivas para evitar el empobrecimiento de las personas, familias y la quiebra de empresas (sin simulación como la prometida creación de dos millones de empleos), la crisis se va a prolongar. Se va a prolongar mucho, al menos varios años. Probablemente más allá de este sexenio. Por eso estamos frente a una nueva década perdida.

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