Estamos inmersos en las campañas electorales frente a la elección más grande que hayamos visto. Todos los días nos recetan lo que están haciendo los candidatos presidenciales, su desempeño en las encuestas, las diferencias entre ellos y las estrategias de comunicación que emplean. Ante los ojos del electorado, la lucha a nivel presidencial es por un tipo de país, o por un modelo económico y social, o por quien ofrece más regalos y promesas que sólo Dios sabe si podrá cumplir.
En el proceso también hemos sido testigos de las alianzas entre partidos, muchas veces disímbolas, que han sorprendido a muchos y han confundido a muchos más. La izquierda se junta con la derecha, las contradicciones ideológicas afloran y, al final, los partidos y coaliciones definieron quiénes serían los candidatos para los miles de puestos de elección popular que serán electos el 1 de julio. Estas coaliciones inconsistentes dejaron descontenta a una mayoría. Hemos visto el brincoteo de aspirantes de un partido a otro, a veces dentro de las coaliciones y a veces de fuera de ellas. En este deambular de un partido a otro se confundieron aún más las ideologías, se entró en contradicciones y vergüenzas ajenas al ver cómo quien pregona la lucha contra la corrupción se rodea de corruptos comprobados, o quienes antes eran apóstoles del mercado y la familia ahora de pronto militan brazo a brazo con personas antagónicas.
Hay quienes dicen que eso simplemente refleja la lucha por el poder, como en cualquier parte del mundo. Que la lucha política se reduce a tratar de llevar adelante una visión de país, de sociedad, de economía que atraiga las preferencias de muchos, para beneficio de todos. Esa lucha por el poder, considero, es más bien la lucha por la llave que da acceso al botín. Es decir, se busca el poder para obtener la llave del cofre que guarda dineros inmensos provenientes de los contribuyentes.
Si aún se pudiera argumentar que a nivel presidencial realmente se busca el poder por razones plenamente legítimas, conforme se va bajando de nivel de responsabilidad las ambiciones parecen ser diferentes. El deseo por llegar al puesto no es servir a los demás o liderar a un grupo social por un mejor camino hacia el bienestar, sino más bien la ambición por el poder –en una gubernatura, o en una presidencia municipal, o incluso en los congresos federal o locales–, se encaminan a apoderarse de medios económicos para que finalmente 'haga justicia la revolución'. Es decir, con el poder público se tiene acceso a dineros públicos para beneficio personal. Por eso se compran candidaturas, se invierten millones en campañas y se convence a miembros corruptos del sector privado para que ellos también inviertan en campañas políticas. Al fin que más adelante se podrán cobrar los préstamos con altos réditos. Se tendrá acceso al botín.
¿Qué hay de novedoso en todo esto? ¿Desde cuándo sabemos de la corrupción y del tráfico de influencias entre miembros del gobierno y ciertos personajes del sector privado? Me parece, como hipótesis, que hay una diferencia significativa con el pasado. Hoy los políticos se han vuelto 'autosuficientes'. Ya no necesitan de empresarios para hacer negocios. Antes eran indispensables, hoy ya no lo son. ¿Por qué? Simplemente porque al tener el poder público, al evitar que haya verdadera transparencia, rendición de cuentas y lucha efectiva contra la corrupción y la impunidad, pueden hacer lo que les dé la gana. Pueden robar y extorsionar; pueden desviar recursos hacia empresas fantasma; pueden exigir 'moches' a quienes proveen un servicio o un bien al gobierno. Al ostentar el poder público y acceder al control de la Policía Estatal o Municipal, pueden usarla como instrumento útil al crimen organizado y volverse cómplices. Es fuente de dinero mal habido casi sin límite. Tienen control del presupuesto, que es enorme, y eso basta y sobra.
Y mientras tanto, la sociedad, los que no estamos en esas ligas, solamente nos quedamos mirando. Alzamos la voz, exigimos y marchamos, y aquellos líderes políticos y nuevos señores feudales ni se inmutan. No hacemos mella simplemente porque ya no nos necesitan. No necesitan al electorado más que en tiempos electorales. Tienen el poder para aterrorizar a los ciudadanos con quitarles programas sociales si no votan por tal o cual; tienen el dinero para promoverse, para recoger credenciales de elector y comprar la dignidad de millones de personas que la venden por cualquier cosa. Y ese dinero, para colmo, proviene de los contribuyentes y sirve, precisamente, para perpetuar que los ciudadanos no tengamos nada qué decidir. El acceso al poder está reservado al club de los partidos.