Enrique Cardenas

Soy del ITAM

La discusión actual apunta a una cultura institucional que existe al menos desde mi época de estudiante en los años 70.

Mi alma mater ha estado en los medios por los trágicos sucesos acaecidos en este semestre, en los que se quitaron la vida tres estudiantes. Las protestas de los alumnos por falta de empatía, presión psicológica, y en algunos casos por bullying de algunos profesores, fueron atajadas por el rector. Tuvo una rápida reacción en la que modificó la estructura institucional para atender este tipo de problemas, y abrió comunicación directa para denunciar casos de maltrato de profesores a los alumnos. Ante los hechos, deseo aportar mi propia opinión.

El ITAM nació en 1946 por iniciativa de una serie de empresarios y de antiguos funcionarios posrevolucionarios, como Luis Montes de Oca (secretario de Hacienda y director del Banco de México), para intentar generar un contrapeso a la tendencia izquierdista que se observaba al final del gobierno de Lázaro Cárdenas. Era una perspectiva de larguísimo plazo: crear una institución que planteara una alternativa a la visión de la economía que prevalecía entonces, basada en la escuela liberal austriaca de principios del siglo XX. En su libro Los orígenes del neoliberalismo en México. La escuela austriaca (FCE, 2016), la Dra. María Eugenia Romero Sotelo, de la UNAM, muestra con toda claridad el origen ideológico y el desarrollo de ese proyecto desde sus antecedentes. Vale la pena su lectura para aquilatar la visión de sus fundadores y lo que se proponían.

La mirada era de largo alcance porque crear una institución para ofrecer educación universitaria, promover el desarrollo de sus graduados para que con el tiempo llegaran a puestos de responsabilidad, y que crearan un contrapeso a la tendencia prevaleciente, requería una visión de futuro y un esfuerzo constante. De hecho, al ITAM le tomó 36 años para tener al primer exalumno como director general del Banco de México, Miguel Mancera, y 40 años para tener a su primer egresado como secretario de Hacienda, Gustavo Petricioli.

No hay duda que el ITAM ha formado con excelencia a miles de jóvenes que han contribuido de manera significativa al país, y cuya mentalidad y forma de ver el mundo no es homogénea. Como botón de muestra puedo nombrar al actual presidente de la bancada de Morena en el Congreso, Mario Delgado, quien es exalumno de economía. Y también puedo mencionar a Gonzalo Hernández Licona (exsecretario ejecutivo del Coneval) y tantos otros exalumnos que han hecho aportaciones importantes al país desde muy variadas trincheras. No hay duda, el ITAM es una institución de enorme prestigio y es difícil encontrar exalumnos que no hayan sido bien preparados.

Pero la discusión actual apunta en otra dirección, a una cultura institucional que existe al menos desde mi época de estudiante en los años 70. Se admitían muchos alumnos a sabiendas de que una alta proporción de ellos no aprobaría el primer año. Era una cultura importada de Harvard, Chicago y otras universidades de altísimo prestigio, que en aquellos años seguían la misma política: recibían muchos alumnos para luego decantar al grupo y sólo quedarse con una fracción de ellos. Eso sigue sucediendo en el ITAM, a pesar de que en Harvard, por ejemplo, modificaron la política en los años 70 al darse cuenta que por ello perdían excelentes alumnos que optaban por otras instituciones. En el ITAM, ésta es todavía una política no escrita que, al conjugarse con algunos profesores que acosan y en ocasiones humillan a los alumnos, se vuelve explosiva. Mucha exigencia por razones académicas y de política de admisiones, junto con bullying de maestros, se vuelve perniciosa para muchos alumnos.

La respuesta de la institución a las demandas estudiantiles van en el sentido correcto: fortalecer la atención a los alumnos para todo tipo de problemas, y sobre todo los de estrés y de índole mental, así como abrir los canales de comunicación para evitar a tiempo problemas serios por actuaciones impropias de maestros. Sin embargo, para realmente ir a fondo, me parece que la política no escrita del rasero en el primer año también debe modificarse. En mi experiencia, emanada de mis tiempos como rector en la UDLA Puebla (1985-2001), los alumnos estaban en el centro de toda la actividad universitaria. Cuando se admitía a un alumno se le estaba recibiendo como propio. La institución adquiría la responsabilidad de apoyarlo en todo lo necesario, con exigencia y con soporte cuando lo requería, para ayudarle a ser exitoso. Porque un alumno que triunfa, que se gradúa, es un éxito de la institución y de todos los que la conforman: profesores, administrativos, alumnos y familiares. Y cuando un alumno fracasa, también la institución falla. Las mejores universidades del mundo siguen esta filosofía.

Creo que hoy el ITAM se encuentra ante la gran oportunidad de iniciar un cambio cultural que refuerce su prestigio y las posibilidades de éxito de todos sus alumnos, con exigencia, con empatía y en comunidad para beneficio de ellos, de sus familias y del país.

COLUMNAS ANTERIORES

Distanciarse de AMLO no es suficiente
El referéndum del 2 de junio

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.