La semana pasada recibimos la sorpresa de que la inversión extranjera directa ascendió en el primer trimestre del año a 11 mil 864 millones de dólares, con lo cual se incrementó en 14.8 por ciento respecto al mismo periodo de 2020 y alcanzó el monto más elevado para un periodo semejante desde 1999.
Permítame primero aclarar algunos puntos respecto a la cifra, pues han surgido críticas señalando que, en realidad, hubo un descenso, pues el registro de Banxico señala que, en el primer trimestre del año pasado, la inversión fue de 16 mil 750 millones, por lo que, en lugar de crecimiento, habría una caída de 29 por ciento.
El problema con ese comparativo es que se comparan peras con manzanas.
En México tenemos un proceso de registro de la inversión extranjera directa que resulta muy lento y tortuoso, por lo que su reporte preliminar difiere en una proporción muy grande de la cifra final.
Le pongo el ejemplo de lo que sucedió en 2020.
El año pasado, el reporte preliminar señaló que la inversión había sido de 10 mil 334 millones, pero acabó resultando de 16 mil 750, es decir, 62 por ciento por arriba del primer reporte.
Desde los tiempos de Vicente Fox, para poder hacer comparaciones que fueran útiles para observar tendencias, se han comparado cifras preliminares contra cifras preliminares. No es algo que se empiece a hacer ahora.
Considerando entonces el crecimiento de 14.8 por ciento, ¿cómo explicar que esté creciendo a ese ritmo cuando los últimos datos de la inversión bruta fija que reporta el Inegi, correspondiente a febrero, tengan una caída de 7.7 por ciento para el primer bimestre del año?
La razón son los diferentes criterios de decisión de los inversionistas locales y de los extranjeros.
Hay dos factores importantes: el riesgo que perciben y el plazo que visualizan.
El inversionista extranjero, con mucha frecuencia realiza inversiones en diversos países, por lo que el porcentaje de sus activos que representa su inversión en México es inferior (a veces muy inferior) al de los inversionistas locales, quienes con frecuencia arriesgan todo en México.
Esto conduce a que su tolerancia al riesgo sea mayor y por tanto inviertan más que los locales aun cuando haya un cierto nivel de incertidumbre, como el que tenemos en México hoy.
En cuanto al plazo, la decisión de instalar plantas o establecimientos en un país, normalmente para los extranjeros es una decisión de largo plazo. Por lo mismo, las variables que ponderan tienen que ver con ese horizonte.
Es decir, en el caso de México, por ejemplo, pueden valorar más la cercanía con EU y la vigencia del TMEC que los factores de orden político que son ponderados con mayor importancia por los inversionistas domésticos.
Mientras que un empresario mexicano probablemente se encuentre muy nervioso por el curso que tenga el gobierno de López Obrador, un inversionista extranjero sabe que el sexenio habrá de terminar, como ha sucedido con otros periodos y que el país y su gente aquí seguirán.
No quiere esto decir que desestimen el riesgo. Simplemente lo ponderan de manera diferente.
Claro que hay sectores específicos que pueden tener otras percepciones, como el de la energía, donde las reformas realizadas sí pueden amenazar a las inversiones foráneas.
Lo que las cifras reveladas por la Secretaría de Economía nos permiten concluir es que esa no es la percepción generalizada, afortunadamente.
Pero también hay que ser conscientes de que, por ejemplo, el año pasado la inversión extranjera directa, que fue de casi 28 mil millones de dólares, representó algo así como 13 por ciento de la inversión total.
De modo que mientras no crezca también la inversión privada nacional, la economía mexicana va a padecer.
Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí