En la polarización en la que nos encontramos, frecuentemente deja de haber opción para encontrar puntos medios en los dilemas nacionales.
Parece ser el caso del regreso a clases. Si se está en contra de regresar a las aulas –se dice– es porque se le quiere llevar la contra al presidente López Obrador, quien ha dicho que los niños regresarán a clases presenciales el próximo lunes, “llueva, truene o relampaguee”.
Si se está a favor, entonces los críticos al régimen consideran que solo se está haciendo el juego al gobierno.
Permítame tratar de poner en la balanza los pros y los contras de una decisión que institucionalmente ya está tomada, pero que los padres de familia aún sopesan.
Veamos lo positivo de retornar a las aulas.
1.- Se permitirá una socialización que es imprescindible para los niños y los jóvenes. La escuela no es solo el lugar para adquirir información sino un espacio de formación humana que se perdió desde hace casi 17 meses.
2.- Se hará factible que recuperemos algo del rezago educativo que tuvimos el último año. Los resultados de las clases a distancia, a pesar de los esfuerzos realizados por padres de familia, maestros y los mismos estudiantes, son bastante deficientes y su prolongación como la única opción educativa amenaza con agravar el rezago educativo nacional.
3.- Las clases presenciales pueden mitigar la inequidad. Las clases a distancia acentúan la desigualdad, porque escuelas y estudiantes con mayores recursos pueden tener muchos mejores resultados que aquellos que carecen de la infraestructura de conectividad o los equipos requeridos para las rutinas escolares.
Pero, el regreso a clases tiene también aspectos claramente negativos.
1.- Se pueden disparar los contagios de la pandemia con la prevalencia de la variante delta del virus. No solo por la interacción entre los estudiantes que se va a dar en aulas y en escuelas, sino por la movilidad física de los padres de familia que implicará el traslado de los niños y jóvenes, y por la posible difusión del virus a segmentos vulnerables, cuando los niños y jóvenes regresen de sus aulas y vayan a sus casas.
2.- La preparación efectiva para el regreso a clases ha sido muy limitada y no se invirtieron recursos para adecuar y mejorar la infraestructura. No solo hay más de 40 mil planteles que carecen de agua potable, sino que hay muchísimos más que no tienen protocolos claros para saber qué hacer si se presentan contagios, lo que implica alto riesgo.
3.- El regreso a clases ya dejó de ser un tema de orden educativo y se ha convertido en un asunto político. La obstinación del presidente en el retorno a las aulas no parece ya asociada al interés del mejor aprovechamiento educativo, sino a la creación de una imagen de normalidad, de la que, por cierto, no estamos cerca. Las posibles contingencias que aparecen en este proceso seguramente se manejarán con ese criterio, lo que eleva aún más el riesgo.
¿Entonces lo mejor es que no hubiera clases presenciales?
No, lo mejor es que se hubieran tomado las medidas para garantizar un retorno seguro a las aulas.
Desde que terminó el anterior ciclo escolar debería haberse hecho un censo de planteles para determinar las inversiones requeridas para un eventual retorno a clases presenciales.
En lugar de un decálogo hecho en las rodillas, que luego dejaron en nueve recomendaciones, debieron haberse trabajado con expertos los lineamientos y protocolos detallados, para saber en qué casos sí y en qué casos no reactivar las clases presenciales. Además de fijar las acciones a tomar en caso de brotes.
¿Qué va a pasar ahora?
Si tenemos suerte, habrá contagios aislados y ojalá que pueda darse un manejo sensato de ellos.
Si no la tenemos, podríamos ver el inicio de una cuarta ola, de la que van a decir las autoridades que se debe a cualquier otra razón, pero no a la mala ejecución del retorno a las aulas.
Prendamos las veladoras.
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