¿Cuál fue el efecto real en el PIB y en el empleo de la reducción de los trabajadores contratados bajo la figura de outsorcing y de su incorporación a esquemas de contratación regulares?
En este momento hay más preguntas que respuestas respecto a ello.
Permítame poner sobre la mesa algunos datos que nos pueden permitir algunas inferencias y conjeturas.
De acuerdo con los datos ofrecidos por la Secretaría del Trabajo, al menos hasta el mes pasado, se estimaban en 2.8 millones las personas que dejaron esquemas de outsourcing y fueron contratados directamente por sus empleadores.
Pareciera, sin embargo, que la gran mayoría ya estaba asegurado en el IMSS, pues entre junio y septiembre el número de trabajadores asegurados creció en 419 mil trabajadores, solo el 15 por ciento de los que se estima dejaron el outsourcing.
Pareciera, además, que una parte de los trabajadores que dejaron el outsouring no fue contratado de nueva cuenta, lo que afectó el nivel de la actividad económica.
El Índice Global del Personal Ocupado en los Sectores Económicos que calcula mensualmente el INEGI muestra una caída acumulada de -0.8 por ciento entre junio y agosto.
Ocurrió lo mismo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, que mostró también un retroceso en el mes de agosto.
Pareciera que la instrumentación de la reforma del outsourcing, cuyo plazo para aplicarse fue agosto, tuvo como efecto colateral esta caída.
Otro dato relevante es el retroceso del Indicador Global de Actividad Económica (IGAE), en el rubro que incluye servicios a las empresas, en donde se contempla regularmente el outsourcing.
De acuerdo con los datos del INEGI, hasta el mes de agosto, hubo una caída de 31.4 por ciento contra julio, que a su vez ya había retrocedido en 10 por ciento respecto a junio y éste a su vez en 7.2 por ciento respecto a mayo.
La caída acumulada en estos meses fue de 42.7 por ciento.
Esto quiere decir que el valor agregado generado por las empresas dedicadas a estos servicios cayó fuertemente y le pegó al sector terciario de la economía.
Aún faltan más observaciones para tener un panorama más completo de qué fue lo que ocurrió y cuál será la tendencia de los siguientes meses.
Sin embargo, pareciera por lo pronto que la pérdida de valor agregado derivada de la caída del empleo bajo esta figura no fue compensada por una mayor generación de empleo en las actividades regulares de las empresas.
Y, esto causó a su vez el retroceso de -0.6 por ciento en el PIB de los servicios en el tercer trimestre, que fue el principal causante del retroceso global de -0.2 por ciento en la economía mexicana en ese lapso.
Pudiera ser que el acomodo de los trabajadores bajo los nuevos esquemas sea un proceso gradual y podamos ver en próximos meses un alza en la generación de valor agregado en diversos sectores de la economía.
Pero por lo pronto, estos datos ya produjeron una serie de revisiones a la baja en las previsiones de crecimiento para este año.
Si el PIB del último trimestre se mantuviera en niveles equiparables a los del tercer trimestre de este año, la variación anual del último trimestre de este 2021 sería de 2.4 por ciento respecto al mismo periodo del 2020 y el promedio para el año completo sería de 6.0 por ciento.
Las estimaciones que se ubican por debajo de esa cifra en realidad lo que están reflejando es la previsión de una nueva contracción en el último trimestre de este año.
Para el 2022 y los años que siguen la mejor expectativa que hay por ahora es la de un crecimiento modesto, salvo que tengamos un despegue de la inversión privada, lo que no parece viable por lo pronto.
Claro, si la reforma eléctrica pasara en los términos que ha sido enviada, en lugar de crecimiento moderado lo que tendríamos es un furte retroceso de la economía para el 2022.