El nivel de contagios de COVID-19 en el mundo ha alcanzado una cifra sin precedente: 2.8 millones de personas contraen la enfermedad cada día.
Esta cifra es más de tres veces mayor que el pico máximo registrado previamente, cuando se difundió la variante delta, que fue de cerca de 830 mil nuevos contagios diarios en abril del año pasado.
El distinguido epidemiólogo norteamericano, el doctor Thomas Frieden, señala que esto no es una ola sino un tsunami. No obstante, el número de fallecidos ahora es de alrededor de 7 mil al día, cuando en el momento más crítico, en enero del año pasado, se llegó a 15 mil fallecidos por día.
La tasa de letalidad hoy a nivel global es de 0.25 por ciento cuando llegó a ser de 2 por ciento hace un año. No se necesita ser un experto para observar que la infección por la nueva variante es menos letal, tanto por la forma en que ómicron infecta a los organismos como por la vacunación.
Pese a ello, en lugares en los que hay estadísticas confiables respecto a hospitalización, observamos que la tendencia es claramente hacia arriba.
Es tan grande el volumen de contagiados que aunque la enfermedad sea menos grave, sí produce una fuerte demanda de servicios hospitalarios, particularmente entre los no vacunados.
En Estados Unidos, el número de hospitalizados por COVID está en niveles récord, con más de 150 mil personas totales, una cifra casi 50 por ciento superior a la de enero del año pasado.
Hoy la proporción de hospitalizados que está en cuidados intensivos equivale al 16 por ciento del total mientras que en enero del año pasado, era el 22 por ciento. La tasa es menor pero no tan distante.
Los datos de Estados Unidos muestran que el contagio es 5 veces mayor entre los no vacunados que entre los que tienen el esquema completo y que los fallecimientos son 13 veces más entre los no vacunados.
Solo el 62 por ciento de los estadounidenses está vacunado con esquema completo así que la infección puede afectar a 122 millones de personas que no están vacunadas.
Lo singular de esta variante es que hay casos en los que ya hay rápidos descensos.
En el Reino Unido el pico de contagios se registró en los primeros días de enero con poco menos de 200 mil nuevos casos por día.
En un par de semanas, se ha reducido a 125 mil nuevos casos con una proporción de vacunados del 70 por ciento.
En Sudáfrica, con apenas 27 por ciento de vacunados, la caída de los contagios ha sido de 75 por ciento en un mes.
Estos comportamientos diferenciados han generado una intensa discusión respecto a si ómicron va a irse tan rápidamente como llegó y si el saldo que va a dejar es una población inmunizada por los elevados contagios.
O si, como en Estados Unidos, va a provocar una nueva crisis hospitalaria a nivel generalizado.
En el caso específico de México, en agosto, el momento de mayores contagios el año pasado, tuvimos una incidencia promedio de 19 mil nuevos contagios diarios.
Sin embargo, el pico de fallecidos diarios ocurrió en febrero del año pasado con un promedio de poco más de 1 mil 400 por día. Las cifras más recientes indican poco más de 130 por día en promedio.
Esto ha llevado a algunos a desestimar el probable impacto de ómicron.
Efectivamente, puede ser que la letalidad sea realmente baja, pero no hay certeza de que no haya presión de nueva cuenta sobre el sistema hospitalario, como ocurre en Estados Unidos. E incluso un alza en los fallecimientos.
Hay algunas hipótesis que señalan que la alta contagiosidad de ómicron, que ha desplazado a las otras variantes puede implicar que el COVID se convierta en otra enfermedad respiratoria más, con estacionalidad, pero sin generar los estragos que causó en años anteriores, y que se de el paso de una pandemia a un endemia.
Una de las referencias es lo que ocurrió hace 100 años con la llamada influenza española, que se extinguió a pesar de no existir vacunas. Lo más probable es que luego de decenas de millones de muertos y de una proporción muy alta de la población infectada, se haya generado una inmunidad que dejo el virus como endémico y sin la capacidad para causar el daño que propició inicialmente. Hoy estamos en una circunstancia diferente. En la medida que tenemos vacunas para impedir que los contagios conduzcan a enfermedad grave o fallecimiento, la clave es acelerar y universalizar el proceso de vacunación.
Ojalá tengan razón quienes piensan que ómicron marcará el fin de la pandemia, que no del virus ni de las infecciones,
Pero, la realidad es que aún no podemos estar seguros. Actuar como si esta variante del COVID fuera una gripita inofensiva es jugar con fuego.
La solución es la misma de siempre: más vacunas, más pruebas y prudencia en las acciones para lograr que los contagios con el menor impacto posible en la economía.