La perspectiva económica que semanalmente plantea el banco Barclays describe la situación actual de una manera muy elocuente: estamos en la niebla de la guerra.
Pocas circunstancias producen efectos tan inciertos como una confrontación militar. Más aún si se trata de la primera que ocurre en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Los escenarios son inciertos y diversos.
Si la conquista de Ucrania es rápida y sin demasiada resistencia, quizás el efecto más notorio de este entorno derivará de los efectos de las sanciones que occidente está imponiendo al gobierno ruso.
Si surge una guerra cruenta que se prolongue por meses, con altos costos humanos, su impacto se sumará al de las sanciones, y una nueva ‘Guerra Fría’ volverá a poner la espada de Damocles del enfrentamiento nuclear sobre el mundo entero.
Ninguno de los escenarios es ‘benigno’.
La invasión a gran escala tomó por sorpresa a muchos, que consideraban que Putin se moderaría simplemente por puro instinto de supervivencia.
Los impactos en los mercados financieros, desde que comenzó la parte más seria de la crisis, han sido limitados, pero ya son visibles.
El precio del petróleo subió 21 por ciento en lo que va del año, ubicándose cerca de 100 dólares. Pero, en la inminencia de un conflicto mayor, tiene el potencial de aumentar a cifras cercanas a 140 dólares por barril.
El efecto sobre la inflación global sería gigantesco. En contra de lo que algunos analistas piensan, este hecho detonaría un alza aún más agresiva de las tasas de interés, que probablemente indujeran una nueva recesión a escala mundial.
La ‘estanflación’ global se volvería una realidad.
No solo han subido los precios de los hidrocarburos. Rusia y Ucrania son muy relevantes en la producción de maíz y trigo.
Estos granos ya aumentaron su precio este año en 10 y 12 por ciento respectivamente y presionarán aún más a los precios de los alimentos a nivel global.
Hasta ahora se ha podido esquivar el riesgo de una interrupción del suministro de gas natural que Rusia envía a Europa, pero hay una gran fragilidad en ese suministro.
Si, como producto de las consecuencias físicas del conflicto o de las decisiones políticas asociadas a éste, se diera dicha interrupción, no solo habría presión global sobre los precios del gas y la electricidad sino probablemente una fuerza recesiva adicional a escala global.
Hace dos años la pandemia nos cambió violentamente la perspectiva. Tras dos años de dolor y sufrimiento, parecía que ahora sí ya estábamos en el camino de salida de esa crisis.
Hoy, tras la invasión rusa a Ucrania el entorno se modifica de nueva cuenta.
Nos vamos a ver obligados a navegar en aguas picadas y en medio de una densa niebla.
Poco antes de que comenzaran de manera visible los contagios por la pandemia en México, el gobierno nos dijo una y otra vez que no nos preocupáramos, que estábamos preparados para hacerle frente al COVID-19.
Tras dos años es evidente que no fue así.
El manejo de la pandemia en México nos produjo ya cerca de 700 mil ‘fallecidos en exceso’, de acuerdo con datos oficiales de la Secretaría de Salud, uno de los costos humanos más elevados de todo el orbe.
La semana pasada, como un déjà vu, el presidente nos volvió a decir que México está preparado para hacerle frente a la crisis que pudiera derivarse de la invasión rusa a Ucrania.
La realidad es que un golpe al crecimiento y mayores presiones inflacionarias serían muy dolorosas para una economía que aún está por debajo de los niveles prepandemia.
Si pensamos que podremos guarecernos de los efectos nocivos de esta crisis, vamos a repetir los errores.
Ojalá hayamos aprendido la lección y al paso de los meses, no vayamos nuevamente a estar haciendo el recuento de costos para nuestro país.