Es un hecho, la mayor parte de los empresarios extranjeros ven a México con mayor optimismo que los empresarios mexicanos.
Los foráneos tienden a observar con mayor atención las tendencias de largo plazo, mientras que los empresarios locales le ponen mayor acento a los hechos que están ocurriendo en el entorno inmediato.
En el corto plazo, los problemas económicos están a la orden del día.
Tenemos encima un proceso inflacionario como no se había visto en poco más de 20 años.
Para responder a él se está realizando un incremento de los costos del crédito que puede empezar a poner en riesgo el crecimiento de la economía.
Además, los mayores costos del financiamiento para el sector público van a restringir los márgenes de maniobra que tiene éste para invertir en infraestructura.
Nos enfrentamos a un entorno internacional complejo. Es factible que la economía norteamericana pierda velocidad o incluso que entre en recesión y con ello el motor económico de México, que ha sido el sector exportador, empiece a aflojar.
Cuando se observa toda esta panorámica, aun sin agregar ingredientes de orden político o de seguridad, se perciben múltiples dificultades para quienes quieren hacer negocios.
Tal vez por ello es que la inversión privada total en el país, de la cual, de acuerdo con los últimos datos, 88 por ciento corresponde a inversión nacional y sólo 12 por ciento a inversión extranjera, se encuentra todavía 5.5 por ciento por abajo del nivel que tenía en el cuarto trimestre de 2018.
Pareciera entonces que la inversión extranjera es la gran esperanza.
Pues a medias, porque no estamos creando las condiciones para que llegue.
Las empresas extranjeras, que atienden a las perspectivas de mediano y largo plazos sin dejar de ver las dificultades inmediatas, advierten que se está realizando un proceso de relocalización industrial global que puede convertir a México en un interesante receptor de operaciones que se efectuaban en el oriente.
Se valora la existencia de un tratado comercial (TMEC) que no está en riesgo pese a las diferencias que existen.
Igualmente, se pondera la cercanía geográfica con Estados Unidos, el principal mercado a nivel global. En tiempos de dislocación de cadenas de suministro, este hecho no es menor.
Adicionalmente, también ven el perfil demográfico que existe en México y que asegura que tengamos una población relativamente joven al menos por los próximos 15 o 20 años.
Eso les asegura un potencial de crecimiento importante para el mercado interno.
Más allá de la problemática que los mexicanos observamos en el día a día, los extranjeros tienden a apreciar la estabilidad política que aún existe en el país.
En lo que se refiere a la seguridad, asumen la problemática e integran a sus costos operativos el tener que desembolsar más recursos para protección de sus bienes, de sus empresas o de ellos mismos.
Hay un tema, sin embargo que ya preocupa enormente. Se trata de la inseguridad de que se pueda proveer energía eléctrica proveniente de fuentes limpias.
No se ha analizado con suficiente detenimiento el impacto que esto podría tener en el desempeño de la inversión extranjera en los siguientes años.
Más y más empresas extranjeras están exigiendo que se garantice en el mediano plazo que la energía eléctrica suministrada venga de fuentes renovables.
El gobierno mexicano tomó la decisión de desacelerar la inversión en esta materia por razones políticas y hoy existe gran incertidumbre.
La visión positiva que todavía hoy tienen muchas empresas extranjeras respecto al potencial del país podría ir cambiando de manera gradual, o incluso rápidamente, en la medida que se considere que México no es un país que garantice energía eléctrica limpia en los próximos años.
Y, eso puede echar por tierra la oportunidad de atraer más inversión foránea en los años por venir.