¿No está funcionando la estrategia para controlar la inflación? ¿Será el incremento de la inflación que vimos en la primera quincena de enero un signo de que las medidas aplicadas por el Banco de México no son suficientes?
Lo dudo. Creo que la estrategia que ha instrumentado nuestro banco central es la correcta.
La permanencia de las presiones inflacionarias significa que vamos a requerir de paciencia para que las medidas funcionen.
Y quizás también aceptar que tendrán costos, como ya estamos viendo.
El próximo jueves 9 de febrero se dará a conocer la siguiente decisión de política monetaria del Banco de México. Por cierto, será la primera en la que vote el subgobernador Omar Mejía.
Previamente, el próximo miércoles 1 de febrero, la Reserva Federal habrá comunicado ya su decisión, que se espera será de un incremento de un cuarto de punto porcentual.
Con el resultado inflacionario que conocimos el martes pasado y con la probable decisión de la Fed, no se duda de que se aplicará un nuevo incremento en el costo del dinero, que ya se había anticipado.
La interrogante es si será de un cuarto de punto porcentual o de medio punto.
Para ello, es probable que los integrantes de la Junta de Gobierno del Banxico esperen a conocer la medición de la inflación de la segunda quincena de enero que se hace pública también ese 9 de febrero a las 6 de la mañana.
Si resultara por arriba de lo previsto, aumentaría la probabilidad de que el incremento fuera de medio punto, con lo cual la tasa de referencia del Banxico alcanzaría 11 por ciento.
Esto significaría que otras tasas, como la TIIE a 28 días, que también se utiliza como base para diversos cálculos de tasas de crédito, podrían estar aún más arriba.
Con una inflación cercana al 8 por ciento al término de enero, tendríamos una política monetaria restrictiva que pagará tasas reales elevadas a los ahorradores y cobrará también costos financieros aún más elevados a los que tienen deudas.
Sin embargo, la eficacia de estos instrumentos en una economía como la mexicana es más limitada para contener la demanda y con ella la inflación, que en otras economías altamente bancarizadas.
El hecho de que una parte importante del aparato productivo no use el crédito bancario conduce a que sea menos sensible a las medidas de política monetaria restrictiva.
En los siguientes meses quizás veamos trayectorias aún más divergentes en la inflación de Estados Unidos y la de México.
El máximo de los precios al consumidor en EU llegó en junio pasado a 9.1 por ciento. Y ya bajó a 6.4 por ciento al cierre de diciembre.
En México, el techo de la inflación mensual se alcanzó en la segunda quincena de agosto al llegar a 8.77 por ciento, casi tres meses después de la fecha en que se alcanzó en EU y desde entonces bajó a 7.94 por ciento, que fue lo registrado en la primera quincena de enero.
Es probable que la baja siga de modo más consistente en EU y de manera más moderada en México.
Pese a esa trayectoria, la versión oficial de la Reserva Federal es que aún tardará en reducir las tasas de interés, pues todavía son negativas en términos reales, es decir, están por debajo de la inflación.
Aunque desde hace algunas semanas los mercados financieros presionan a la Fed para que establezca la expectativa de que bajarán al final del año y no hasta 2024, el banco central estadounidense aún no cambia su posición.
Estos hechos conducen a pensar en la probabilidad de que, en México, igualmente, las tasas de interés permanezcan en niveles elevados una buena parte, si no es que en todo el año 2023, lo que a la larga va a tener efectos recesivos.
No cabe duda que el año que estamos comenzando, traerá consigo desafíos de enorme magnitud para el aparato productivo y para las políticas económicas de la actual administración.