¿En qué medida pueden cambiar las intenciones de voto para la presidencia de la República entre las que se observan en la actualidad y las que se hagan realidad en las elecciones del 2 de junio del 2024?
Hay quienes piensan que aún pueden cambiar de manera muy importante y otros suponen que, aunque puede haber modificaciones, es tal la diferencia a favor de Morena que será muy difícil que haya un giro que cambie las cosas al punto de que haya otra fuerza política ganadora.
Cada posición tiene argumentos para soportarse.
Los primeros señalan que las preferencias de los electores son muy diferentes cuando ya hay candidatos, que en las etapas previas en las que meramente se especula respecto a nombres.
Los segundos indican que la popularidad del presidente López Obrador y la ventaja que ya tienen los prospectos de Morena impedirán que haya un cambio en las preferencias.
Unos y otros señalan el riesgo de que haya diferencias al interior de las fuerzas políticas de la oposición o entre las ‘corcholatas’ de Morena, al punto que se fracturen los bloques.
Una referencia obligada para ponderar los escenarios es lo que ocurrió en la pasada elección presidencial.
Cuando comenzó el proceso electoral de 2018, en octubre de 2017, la encuesta de intención de voto realizada por El Financiero, arrojó los siguientes resultados: AMLO encabezaba las intenciones de voto con 38 por ciento; Ricardo Anaya, candidato de una alianza PAN-PRD-MC, tenía 26 por ciento de los votos; José Antonio Meade, aunque aún no era el candidato priista, tenía 20 por ciento de las preferencias y Jaime Rodríguez, El Bronco, reunía en ese momento 8 por ciento.
La diferencia de 12 puntos entre López Obrador y Anaya fue prácticamente la menor en todo el periodo que siguió y, como se recordará, en ningún momento López Obrador perdió el primer lugar de las intenciones de voto.
Más aún, tanto se modificaron las preferencias durante las campañas, que AMLO terminó ganando por 29 puntos.
Es decir, la diferencia entre el primero y el segundo lugar se modificó en 17 puntos respecto al arranque de las campañas.
La experiencia de las elecciones de 2018 indica que las lecturas que se hacen meses antes de las elecciones pueden cambiar sustancialmente con el resultado final.
A mi parecer, habrá tres momentos, antes de las campañas, que pueden influir de manera importante en las intenciones de voto.
1.- El resultado de las elecciones en el Estado de México y en Coahuila, que se realizan el próximo 4 de junio.
2.- La definición de los procedimientos de selección de los candidatos de las dos principales fuerzas políticas. Si alguno de estos procesos generara disensiones internas o conflictos serios, podría influir de manera importante en las preferencias electorales.
3.- La selección de los candidatos presidenciales. Todo indica que, sea cual sea el procedimiento que se utilice, será de relevancia tener los nombres de quienes sean los abanderados o abanderadas de las diversas fuerzas políticas. También influirá en este proceso la decisión de Movimiento Ciudadano, que puede poner sobre la mesa una tercera candidatura o bien sumarse a la alianza opositora, o bien, no postular un candidato presidencial (cosa poco probable por el impacto que tendría en la elección de otros cargos).
Otro factor que va a influir en el proceso, así no lo haga directamente en las intenciones de voto, es lo que suceda finalmente con el llamado plan B.
Sea que la Corte discuta en el Pleno y resuelva la inconstitucionalidad o no de las reformas, o bien que persista la suspensión decretada por el ministro Laynez tras el próximo 2 de junio cuando falten 90 días para el inicio del proceso electoral, y por lo tanto ya no puedan cambiar las reglas, este tema será relevante.
Desde luego que también va a influir el curso que tome el intento de cambiar en la Constitución las atribuciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y que probablemente se resuelva desde este mismo mes.
En resumen, remontar una ventaja amplia de un partido o candidato en el momento en el que comienzan las campañas es algo muy complicado. Pero, también es cierto que el comportamiento de los electores y las realidades tecnológicas de un mundo hipercomunicado no lo hacen imposible.
¿Podrá la alianza opositora hacer la hazaña?
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