Estamos en un ambiente social que no habíamos vivido en esta generación, y quizás en ninguna otra.
No hay posibilidad de acreditar un criterio propio, que no tenga que estar alineado a uno o a otro lado del espectro ideológico.
¿Y qué tal que estoy en contra de muchas medidas del gobierno de López Obrador… pero no de todas?
¿Y qué tal que soy crítico de las estrategias del Frente Amplio opositor, pero comparto una parte de su filosofía?
¿Y qué tal que me parece una complicidad lo que está haciendo Movimiento Ciudadano, pero entiendo su estrategia?
Hoy no hay medias tintas.
Si uno ataca a AMLO y a su gobierno, se convierte en cómplice de los conservadores y los reaccionarios.
Pero, si reconoce resultados positivos de este gobierno, entonces llegan los ataques –no saben cuántos– que señalan que ya le llegaron al precio y que es parte de los ‘crímenes’ del gobierno de AMLO.
Y si el siguiente artículo es una crítica del gobierno de AMLO y su estrategia –como escribimos varios respecto al caso de Acapulco–, entonces vienen de nuevo los ‘chairos’ y le desatan una ofensiva, acusándolo de ser parte de los grupos conservadores.
“¡Dejaron de darte el chayo!”, vociferan. Y no tienen ni la menor idea de las decenas y decenas de artículos críticos en los gobiernos que vienen desde hace más de 30 años.
Para mí, esas opiniones son irrelevantes. Van casi cuatro décadas de lidiar con el poder. Ya lo conocemos.
Lo que me preocupa es el ambiente social.
Vaya, cuando empecé a escribir esta columna era el sexenio de Miguel de la Madrid, y dejé un rastro público de criterio independiente y crítico.
Lo publicado allí quedó. No hay forma de enterrarlo.
Antes no había redes sociales que amplificaran la polarización social. Hoy son inevitables.
A diferencia de colegas que piensan que hay que alentar el rechazo al gobierno y subirlo de tono, lo cual es legítimo y está en su libertad, yo pienso que hay que mantener el equilibrio.
Si este sexenio hubiera sido el desastre que muchos reseñan, la circunstancia del país sería hoy muy diferente.
Que me perdonen los opositores, pero encuentro a varios que están completamente desencantados por el hecho de que el crecimiento del país va bien.
Ahora, preludian una crisis fiscal y una devaluación que serían, a su juicio, el desenlace de esta administración.
Resulta que, si uno no ve ese panorama como el escenario más probable, y piensa que las cosas van a ir mejor en los siguientes meses, por efecto de las inversiones que van a seguir llegando, entonces uno se desacredita respecto a todos aquellos que apuestan su estrategia política al desastre del gobierno de AMLO.
Desde hace meses le comenté en este espacio que, si la oposición mantenía la estrategia de que la gente se volcaría a su favor porque se hundiría la economía, estaría cometiendo un tremendo error.
Salvo que algo inesperado pase en el exterior, eso no va a pasar.
Pero, los opositores, que esperaban el reventón de la economía para capitalizar la circunstancia a su favor, van a darse de topes.
Lo singular es la estrategia de Xóchitl, pues sus colaboradores, sus think tank, todos piensan igual.
Ni modo, ella eligió a sus asesores.
Y si el desastre no ocurre, total, ninguno va a correr ningún riesgo.
Siempre van a poder justificar el resultado diciendo que fue una elección de Estado.
Y en tres años, seguirán como los grandes críticos, que siempre encontrarán la razón que explique un desastre que no pasó… pero la siguiente ocasión –como dirían los clásicos– entonces sí será diferente.
No aprendemos la lección.
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