Coordenadas

Aprender a vivir con Trump

El gobierno mexicano debe prepararse para escenarios complejos y, sobre todo, buscar un diálogo que permita defender los intereses nacionales sin caer en enfrentamientos innecesarios.

El discurso de Donald Trump en su toma de posesión como presidente marcó el inicio de una etapa particularmente desafiante para la relación entre México y Estados Unidos.

Entramos, desde ayer, a una fase de enorme incertidumbre que no sabemos cuándo va a terminar.

A pesar de que la inauguración de Trump ayer fue un evento dirigido principalmente a la audiencia estadounidense, los mensajes que lanzó resuenan con fuerza al sur de la frontera.

En esta ocasión, tres temas en particular encendieron las alarmas: las nuevas reglas en materia de migración y deportación, la propuesta de declarar a las organizaciones criminales como terroristas y el hecho de que el tema de los aranceles se haya quedado pendiente, probablemente para el 1 de febrero, según dijo ayer por la tarde.

En el primer tema, las nuevas reglas migratorias no son algo nuevo en la agenda de Trump. Desde su campaña, construyó un discurso centrado en la idea de “recuperar el control de las fronteras”, pero lo que ahora preocupa es la posibilidad de que sus palabras se transformen en acción inmediata.

Las medidas más recientes anunciadas incluyen deportaciones masivas y un endurecimiento en los requisitos para solicitar asilo.

Estas políticas no solo afectan a los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos, sino que también generan una gran presión sobre las autoridades mexicanas, que tendrán que enfrentar un eventual retorno masivo de connacionales.

El impacto económico y social de esta situación sería profundo, ya que muchas comunidades en México dependen de las remesas enviadas por sus familiares en el extranjero.

Por otro lado, la propuesta de declarar a las organizaciones criminales como terroristas tiene implicaciones sísmicas en la relación bilateral.

Trump argumenta que estas organizaciones, muchas de ellas vinculadas al narcotráfico, representan una amenaza directa para la seguridad de Estados Unidos. Sin embargo, esta designación abriría la puerta a una intervención más agresiva de EU en territorio mexicano.

Y aun si no lo hiciera, los controles que se derivan de ese hecho podrían generar trastornos mayores en el sistema financiero mexicano.

La posibilidad de que fuerzas estadounidenses operen de manera directa en México no solo pondría a prueba la soberanía nacional, sino que también podría desatar tensiones políticas y diplomáticas de gran escala.

Esto no sería inmediato, pues implica una serie de resoluciones legales, pero ya se abrió la puerta para hacerlo.

Para el gobierno mexicano, este tema representa un campo minado que requiere una respuesta firme y coordinada para evitar que la lucha contra el crimen organizado se convierta en una excusa para la injerencia extranjera.

Finalmente, el hecho de que el tema de los aranceles haya sido pospuesto puede interpretarse como un respiro temporal, pero no como una solución definitiva.

Trump se ha caracterizado por su visión proteccionista y por usar los aranceles como una herramienta de presión en sus negociaciones internacionales. Aunque no se anunciaron nuevos impuestos comerciales, la amenaza sigue latente.

Para México, cuya economía está profundamente integrada con la de Estados Unidos, cualquier movimiento en esta dirección podría tener consecuencias devastadoras, especialmente para sectores como el automotriz y el agroindustrial.

La incertidumbre en torno a este tema también podría desalentar la inversión extranjera y generar volatilidad en los mercados.

En conjunto, estos tres puntos destacan que la relación entre ambos países enfrenta retos sin precedentes.

Para México, esto no solo exige una diplomacia inteligente, sino también una capacidad de adaptación interna para mitigar los posibles impactos, como afortunadamente ya se está haciendo en la frontera.

El gobierno mexicano debe prepararse para escenarios complejos y, sobre todo, buscar un diálogo que permita defender los intereses nacionales sin caer en enfrentamientos innecesarios.

Ese equilibrio será la clave. Buscar acuerdos con EU y con Trump en particular, pero sin someterse y sin enfrentarse.

Trump ha dejado claro que su prioridad es el beneficio de Estados Unidos, aunque eso implique decisiones unilaterales que afecten a sus vecinos.

Para México, esto significa navegar en un panorama incierto, donde la prudencia y la estrategia serán clave para enfrentar los retos que se avecinan.

La toma de posesión de Trump no fue solo un evento protocolario. Fue una declaración de intenciones que pone a prueba la relación entre dos países que, aunque cercanos, a menudo parecen vivir en mundos diferentes.

Ya veremos.

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