Coordenadas

La renegociación del T-MEC: seguridad nacional para EU

Ya no se tratará de mejorar reglas de comercio, sino de garantizar que Norteamérica funcione como un bastión económico y geopolítico frente a China. El libre comercio que conocimos ya no existe.

Estados Unidos envía un mensaje inequívoco y contundente: el comercio internacional dejó de ser un asunto económico para convertirse en un instrumento de seguridad nacional.

La nueva National Security Strategy, documento firmado por Trump, de 29 páginas, lo deja claro. El texto es una hoja de ruta que considera que el interés nacional estadounidense se impone sobre cualquier otra consideración.

Para México, la lectura es indispensable y urgente, pues no se trata de un exabrupto presidencial arrojado a las redes sociales, sino de un documento oficial.

El texto anticipa que la revisión del T-MEC en 2026 ocurrirá bajo una óptica diferente: ya no se tratará de mejorar reglas de comercio, sino de garantizar que Norteamérica funcione como un bastión económico y geopolítico frente a China. El libre comercio que conocimos ya no existe.

Uno de los pasajes más delicados del documento es la acusación explícita de que China utiliza a terceros países —México incluido— para triangular exportaciones hacia Estados Unidos.

La sospecha no es nueva; en diversas ocasiones, funcionarios norteamericanos han señalado que una parte de la inversión china en México tiene como objetivo eludir aranceles. Pero ahora la acusación está en el documento madre de la seguridad nacional estadounidense, ni más ni menos.

Si Washington considera que el T-MEC tiene “lagunas” que permiten esa triangulación, la reacción será endurecer las reglas de origen hasta niveles draconianos. El precedente está a la vista: el panel del T-MEC por reglas de origen automotrices. En este caso, Estados Unidos ya había mostrado su inclinación a interpretar las normas de la forma más restrictiva posible. El fallo favorable a México y Canadá, publicado desde el 11 de enero de 2023, ha sido ignorado al menos parcialmente por Estados Unidos.

Pensar que el gobierno de Trump será más flexible sería ingenuo.

A ello se suma un elemento que varios analistas han subrayado: la creciente “monroización” del enfoque comercial estadounidense. La nueva estrategia es clara al advertir que no se tolerará la presencia de potencias rivales, especialmente China, en sectores estratégicos del hemisferio. Telecomunicaciones, infraestructura portuaria, energía o minerales críticos entran en esa categoría.

El hecho tiene implicaciones enormes para países como Brasil o Chile, en donde China tiene una presencia dominante.

Para México, esto implica una redefinición del nearshoring. Dejó de ser una oportunidad exclusivamente económica para convertirse en una obligación geopolítica.

Las empresas que operan en México deberán probar, quizá con una trazabilidad casi forense, que no incorporan en sus procesos productivos insumos chinos considerados sensibles.

La estrategia también introduce un ingrediente que complica las cosas: la vinculación directa entre política migratoria y comercio. El mensaje es transparente: si México no contribuye de manera “efectiva” —en los términos de Washington— a detener los flujos migratorios, podría enfrentar sanciones económicas o incluso cierres fronterizos temporales. Es decir, lo más probable es que la estrategia migratoria de Trump quede plasmada de alguna forma en el Tratado.

Pero quizá la señal más disruptiva que indica el documento es la propuesta de permitir “despliegues dirigidos” contra cárteles, incluso con uso de fuerza letal en el extranjero. Más allá de su inviabilidad jurídica, esta idea genera incertidumbre política e incluso operativa para la inversión. Cuando la seguridad física se mezcla con la ecuación comercial, las decisiones empresariales se frenan.

De frente a la revisión del T-MEC, México debe asumir que ya no participa en una negociación económica tradicional. Forma parte de un rediseño estratégico en el que Estados Unidos busca aliados que se alineen plenamente con su visión industrial y de seguridad. Las reglas serán más estrictas; la neutralidad, insostenible.

El desafío es claro: México necesita demostrar que es un socio confiable en términos geopolíticos y no solo un territorio de ensamblaje. Deberá fortalecer sus propias capacidades regulatorias, mejorar la supervisión de cadenas de valor y definir una postura coherente ante la competencia entre Estados Unidos y China.

El T-MEC de 2026 no será una actualización técnica. Será un examen de lealtad estratégica. Y México no puede llegar improvisando.

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