No hay pregunta que me hagan con más frecuencia en conferencias y presentaciones que la relativa a la perspectiva del tipo de cambio del peso frente al dólar.
No estábamos acostumbrados a tener una crisis económica sin una depreciación de nuestra moneda. Por eso, la situación que hoy vivimos resulta extraña para muchas personas.
Es cierto que en los meses de febrero y marzo se presentó un salto en la cotización del peso frente al dólar que llevó a la paridad de un mínimo de 18.55 pesos el 14 de febrero hasta un máximo de 25.13 pesos el 23 de marzo. Es decir, en poco más de un mes, hubo una depreciación de 35 por ciento.
Se trató, sin embargo, de un fenómeno transitorio.
Si vemos la paridad de hace un año exactamente y la comparamos con la de ayer, la depreciación es de sólo 10.6 por ciento. Y más aún, si hacemos esa comparación a partir de la cifra con la que concluyó el gobierno de Peña, la depreciación es de sólo 4.8 por ciento.
Para propósitos de comparación, le recuerdo lo que ocurrió en la gran crisis financiera de 2008-09.
La devaluación entre el 1 agosto de 2008 y la misma fecha de 2009 fue de 32.5 por ciento.
¿Por qué ahora no hay depreciación equiparable del peso?
Porque lo que se está depreciando en el mundo es el dólar. El llamado 'dollar index' de Bloomberg muestra que, luego de que se presentó un fortalecimiento de la divisa norteamericana tras estallar la pandemia en febrero, hubo una pérdida promedio de valor de la divisa norteamericana de 10 por ciento frente a las demás monedas.
En el caso de nuestro peso, la pérdida de valor del dólar en ese lapso fue de 15 por ciento.
La explicación de este comportamiento se entiende si se observan las mediciones del circulante en EU.
Entre febrero de este año y agosto, el medio circulante en EU creció en 1.35 billones de dólares, lo que equivale a 39 por ciento. En el mismo lapso, en México, el crecimiento de la base monetaria fue de 14.6 por ciento.
En términos objetivos, el escenario más factible para los siguientes meses es la persistencia de un dólar relativamente débil, por lo menos en niveles como los que hemos tenido en las últimas semanas.
Pero, no se puede perder de vista que nos encontramos en un entorno de enorme incertidumbre.
Todavía podría haber en el escenario eventos que detonen una aversión al riesgo en los mercados emergentes, lo que usualmente implica una corrida en contra de activos como los de México.
De hecho, luego de una fuerte caída de la tenencia de valores públicos en manos de extranjeros entre febrero y mayo, a partir de esa fecha se ha presentado una situación de estabilidad.
Si esta tendencia se mantiene, seguramente tendremos una situación de relativa estabilidad cambiaria.
El otro factor que abona a ello es que ya no hay una percepción generalizada en el mercado de que el Banxico vaya a prolongar el ciclo bajista de las tasas de interés. Las opiniones respecto a lo que se vaya a decidir el próximo 12 de noviembre ya se encuentran divididas. Algunos piensan que la Junta de Gobierno de nuestro Banco Central las dejará sin cambios y otros consideran que bajará un cuarto de punto más y allí se estacionará.
Aun si se decide bajarlas, los rendimientos de nuestro mercado de dinero lucen atractivos frente a los de los países desarrollados, en donde los rendimientos se encuentran cercanos a cero.
En suma, no parece haber –por lo pronto– en el escenario factores que hagan pensar en una depreciación adicional del peso… pero nunca hay que descartar la posibilidad de que haya algún cisne negro que aparezca en el horizonte.
Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí