Un año de vaivenes. Un año de vértigo. Así ha sido.
Hace exactamente 12 meses tuvimos lo que luego se denominó el 'tsunami' electoral.
Las encuestas anticipaban el triunfo de AMLO en la elección presidencial, pero la dimensión de la victoria de Morena en las elecciones legislativas y en los comicios locales, dio otro significado a lo que pasó el 1 de julio de 2018.
Lo que en buena medida definió cómo sería el gobierno fue la obtención de mayorías absolutas en las dos cámaras del Congreso y el control de la mayoría de los congresos locales.
Imagine cómo hubiera sido este año con un Congreso dividido: completamente diferente.
En estos doce meses, el país ha tenido cambios por todas partes. Para bien y para mal. Algunos todavía no los calibramos. Otros aún son inciertos y no sabemos a dónde habrán de llevarnos.
El primero de ellos fue la forma en que se dio la transición. No pareciera que tuviéramos siete meses con la nueva administración, sino un año entero, porque de facto empezó a gobernar tras haber ganado y más claramente tras la instalación del Congreso en septiembre.
La administración de Peña prácticamente se borró y dejó el espacio a AMLO y su equipo.
Uno de los cambios cuyo desenlace es incierto es el del sistema político mexicano.
Las oposiciones quedaron deshechas. El PRI, partido que estaba en el gobierno hace un año se ha ido perfilando como un partido claramente minoritario, y enfrenta un relevo de su presidencia que ha profundizado su crisis y que probablemente lo acerque más a AMLO.
El PRD, partido histórico de la izquierda, está virtualmente en el camino de la extinción.
El PAN, la oposición más definida, ha logrado sobrevivir, pero pareciera carecer de rumbo y liderazgo.
Otros partidos menores como Movimiento Ciudadano o los aliados de AMLO, tampoco parecieran con capacidad de obtener una presencia nacional.
Pero paradójicamente, Morena no parece con vocación de transitar de movimiento a partido estructurado. Su fuerza sigue derivando fundamentalmente de AMLO.
Y está en ciernes una controversial reforma política cuyo destino es incierto por requerir una mayoría calificada que no tienen hoy Morena y sus aliados en el Senado.
En este año, la gestión de gobierno ha estado caracterizada por los claroscuros.
Las acciones más cuestionables son claramente identificables: la cancelación del aeropuerto de Texcoco; el desarrollo de proyectos de infraestructura muy cuestionados; el giro a una política energética que amenaza las finanzas de Pemex; el debilitamiento de algunos órganos autónomos; la contrarreforma educativa; la lentitud en el ejercicio del gasto, por citar algunas.
Pero no puede perderse de vista, del lado positivo, la estabilidad derivada de la disciplina fiscal y del respeto a la autonomía del Banxico. Ni tampoco la decisión estratégica de culminar la renegociación del nuevo tratado comercial de Norteamérica (T-MEC) y aprobarlo.
A la incertidumbre también abona el próximo proceso electoral en Estados Unidos, que ha generado nuevamente una enorme presión sobre México y que ha propiciado la crisis migratoria que hoy vivimos.
A un año de su triunfo con el 53.2 por ciento de los votos válidos, AMLO mantiene un respaldo de las dos terceras partes de la población.
Veremos si ese apoyo mayoritario persiste al paso de los meses. La clave serán los resultados.
Poco a poco, las esperanzas y las intenciones contarán menos y en cambio, los hechos lo harán cada vez más.