La mayor parte de los empresarios de este país no tiene partido. Lo que quieren es que los gobiernos les permitan trabajar, poder hacer negocio y generar empleo.
Se trata de poco más de 1 millón de patrones que están en la formalidad y por lo menos de otros 1.7 millones que están en la informalidad.
Las empresas mexicanas, las que invierten y producen, son pequeñas y medianas, y ocupan a un puñado de personas cada una.
No son 'los de arriba'. Sus propietarios, en la mayor parte de los casos, son personas de bajos ingresos o de las clases medias.
Y gran parte de estas empresas no están invirtiendo, como tampoco lo están haciendo las más grandes. O al menos, están invirtiendo mucho menos que en el pasado.
Una de las razones por las que no lo hacen es porque les falta confianza. Otra es porque les falta dinero.
En este espacio le hemos dicho hasta el cansancio, que lo que determina la dinámica de una economía es la inversión privada.
El consumo es muy estable, se mueve poco. Y la inversión pública en México no tiene la magnitud que se requiere para determinar el ritmo de la economía.
Lo que vale son miles y miles de empresas comprando equipos o construyendo nuevas unidades. Tres o cuatro grandes proyectos no tienen la capacidad de mover la economía.
Por eso es crucial la confianza.
Se trata de miles y miles de comerciantes, de talleres, de empresas de manufactura, de pequeños y medianos constructores, de profesionistas, de proveedores de servicios, y súmele una larga lista de actividades.
Diversas personas, en el gobierno, cuando escuchan hablar de empresarios y de confianza, imaginan a los grandes empresarios que tienen amplias oficinas corporativas, que poseen empresas de cientos de trabajadores, que operan en diversos estados y a veces en varios países.
Obviamente se requiere también que esos empresarios tengan confianza e inviertan, pero sería insuficiente si los chicos y medianos no lo hacen.
Lo que estos miles de empresarios están viendo es que la caída de la actividad económica les deprimió su demanda. No tienen clientes, no tienen pedidos. Y muchos han resistido, pero no son inmortales.
Si el gobierno lanzara un proyecto para alentar la actividad de estas miles de empresas, con créditos, pero sobre todo con la creación de un espíritu que los convenciera de que la autoridad tiene el compromiso de respaldarlos, ellos, que son realmente los de abajo en materia empresarial, dejarían la piel en el esfuerzo por crecer e ir hacia delante.
Si, con la misma vehemencia con la que el presidente habla de combatir la corrupción, se hablara de impulsar a las micro, pequeñas y medianas empresas, se podría construir un estado de ánimo diferente.
Tal vez el presidente o algunos en el gobierno piensen que con tener cerca de un grupo de 10 o 15 grandes empresarios basta para decir que mantiene buena relación con el sector empresarial.
La realidad es muy diferente.
Aún estamos a tiempo. Los siguientes meses serán muy importantes porque poco a poco la economía puede empezar a recuperarse.
Pero hay dos caminos. Uno de ellos nos va a llevar a un tope muy rápido. Creceremos en la medida que la economía se reabra, pero en la medida que la reapertura avance dejaremos de hacerlo. Nos volveremos a estancar.
El otro brinda la oportunidad de aprovechar este momento para impulsar la inversión.
Pero para eso se necesita confianza.
Y si la opinión del gobierno es que ésta no ha sido golpeada, entonces nada se hará para rehabilitarla.
El gobierno deberá elegir.