El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene una relación compleja con los empresarios.
No es alguien que, en términos generales, los considere sus enemigos o adversarios. Pero tampoco los considera sus aliados.
La formación política de López Obrador fue la de un líder social, que encabezó movimientos de protesta y reclamos de agricultores y trabajadores.
Ese camino lo condujo a percibir a los empresarios como un grupo distante, que poco tenía que ver con el bienestar del pueblo y más bien, con frecuencia, percibía que sus intereses chocaban con las que él consideraba como las aspiraciones de la gente.
Sin embargo, cuando llegó al gobierno del entonces Distrito Federal, encontró que era indispensable aliarse con los hombres de empresa para asegurar inversiones y tener una gestión exitosa.
Y, más aún, cuando lanzó su candidatura presidencial, entendió que debía tener como aliados al menos a algunos hombres del dinero si quería tener oportunidad de ganar.
Los acontecimientos de 2006 nuevamente le cambiaron la perspectiva.
Percibió, correctamente, que amplios grupos del sector empresarial organizado eran activos oponentes a su candidatura y que lo veían como "un peligro para México".
En el camino, no obstante, se fue haciendo de algunos aliados. El caso más visible fue precisamente el de Alfonso Romo, quien esta semana dejó su cargo al frente de la Oficina de la Presidencia.
Pero no fue el único. Quienes forman el Consejo Asesor Empresarial también establecieron de una o de otra forma alianzas con López Obrador.
En los últimos años, además, se acercaron incluso algunos directivos del sector financiero internacional, con quien sigue manteniendo buena relación.
Pese a estos acercamientos, el presidente de la República no se siente a gusto en el mundo empresarial.
En 2019 tuvo muy diversas reuniones en las cuales escuchó a grupos amplios del empresariado de todo el país reunidos por Alfonso Romo.
Antes de la pandemia, también logró establecer una buena química con los dirigentes del Consejo Coordinador Empresarial y del Consejo Mexicano de Negocios.
Al margen de estas buenas relaciones individuales, las decisiones que ha ido tomando en el camino lo fueron alejando gradualmente de más y más grupos empresariales.
Así que no resulta sorprendente que tras la salida de Romo haya tomado la decisión de cerrar la Oficina de la Presidencia, cuya función principal ya se limitaba a la de enlace con el sector empresarial.
No es buen augurio este hecho, pues más allá de que Romo había perdido ascendencia sobre él, como aquí le hemos comentado, también refleja la percepción del presidente de que no requiere una interlocución organizada con los empresarios.
Me temo que el tono de la relación va a deteriorarse aún más en el futuro.
Hoy tenemos el conflictivo tema del outsorcing, pero también está abierto el frente relacionado con Braskem-Idesa, cuyo litigio bien podría ir a dar a los tribunales internacionales y acentuar la idea de que el gobierno mexicano no cumple sus contratos.
Ojalá me equivoque, y como algunos piensan, el pragmatismo presidencial encuentre vías para dialogar y negociar. Tal vez.
Por lo pronto, los augurios no son buenos y esto puede significar menos inversión y menos crecimiento en los próximos años.
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