El Banco de México tomó ayer la decisión de bajar en otro cuarto de punto su tasa de referencia para fijarla en 4 por ciento. La decisión fue tomada por unanimidad en la Junta de Gobierno.
En diversas ocasiones le hemos expresado en este espacio que una diferencia entre la crisis que hoy vivimos y las que tuvimos en otros momentos es que ahora tenemos estabilidad financiera, lo que se reafirmó con la decisión de ayer.
Algunos expertos consideraban que ya no sería posible seguir con la baja de tasas ante el incremento de la inflación en enero. Sin embargo, para la Junta de Gobierno del Banco de México no hubo sorpresa ni alarma.
A pesar de esta reducción de la tasa, no se presentaron presiones sobre el tipo de cambio y ayer por la tarde cotizaba por debajo de 20 pesos en el mercado interbancario.
La pregunta relevante es: ¿por cuánto tiempo se puede mantener esta situación de estabilidad que hoy tenemos?
Sería terrible que, además de la caída en la producción y el empleo, hubiésemos tenido o tuviéramos en el futuro un incremento desmedido de la inflación y una devaluación de nuestra moneda.
Quizás el factor más importante para la preservación de la estabilidad es que la deuda pública mantenga su grado de inversión. Es decir, que los fondos institucionales sigan considerando a los bonos del gobierno federal como activos de alta calidad.
Una encuesta ordenada por Credit Suisse entre administradores de fondos de inversión en México y en el extranjero muestra que ha mejorado la percepción de riesgo.
A la pregunta de si piensa que México va a perder el grado de inversión en su deuda soberana durante la administración de López Obrador, en junio del año pasado, 78 por ciento respondía que sí. En el sondeo realizado en enero ese porcentaje bajo a 62 por ciento.
Y si se observa exclusivamente la opinión de los manejadores de fondos que están fuera del país, los porcentajes bajaron de 73 a 55 por ciento en el lapso señalado.
Este cambio muestra que aunque se sigue percibiendo la posibilidad de que sea degradada la deuda mexicana por las calificadoras, la decisión del gobierno de mantener una política fiscal conservadora ha conducido a que el riesgo baje.
Debe señalarse que a ello ha contribuido también la decisión del gobierno norteamericano de impulsar su ambicioso programa de reactivación económica que supondrá todavía por algún tiempo que se inyecten recursos financieros adicionales a la economía norteamericana, lo que presumiblemente va a debilitar al dólar frente a monedas como nuestro peso.
¿Qué tendría que suceder para que este panorama se modificara de manera importante y nuevamente tuviéramos una mayor probabilidad de perder la estabilidad financiera?
A mi parecer los dos factores decisivos serían los siguientes.
1.- Que hubiera retrasos sensibles en el proceso de vacunación, al grado de que la economía mexicana no pudiera crecer en el curso de este año y volviésemos a tener una caída. Ello propiciaría una debilidad fiscal que seguramente sería muy complicada de manejar.
2.- Que hubiera un disparo adicional en la desconfianza del sector empresarial como producto de políticas públicas y decisiones legislativas, un tema que hemos abordado en este espacio. Por ejemplo, una reforma unilateral en materia de outsourcing; que sí hubiera cambios en la Ley del Banco de México; que se diera una contrarreforma constitucional en materia eléctrica; que procediera la eliminación de algunos órganos constitucionalmente autónomos, solo por citar algunos factores que podrían multiplicar la desconfianza.
Y, desde luego, una parte de estos cambios estará conectada con el resultado de las elecciones de junio.
Quizás tengamos asegurada relativamente la estabilidad por varios meses más. Pero, no hay que olvidar que un conjunto de decisiones equivocadas del Ejecutivo, del Congreso o una circunstancia de inestabilidad política, pueden poner esa estabilidad en riesgo.