Imagine por un momento que en su casa no tiene espejos y que solo le es posible verse reflejado en uno de ellos cada diez años.
Seguramente se va a encontrar con una imagen que no le va a gustar en múltiples aspectos, aunque puede ser que le satisfaga en otros.
El Inegi nos dio ayer la oportunidad de vernos en uno de ellos: el Censo de Población y Vivienda 2020.
Permítame enumerar algunos de los rasgos más relevantes que ese espejo nos arrojó.
1.- A lo largo de los últimos cinco años, el crecimiento de la población fue de 1 por ciento anual en promedio. La mayor parte de los estimados previos se construyó sobre la base de los resultados de la encuesta intercensal de 2015, que estimaba una población de 127 millones de habitantes para esta fecha. El resultado fue 1 millón menos, lo que va a implicar una modificación importante de diversas variables, para bien y para mal. Por ejemplo, aumentará el PIB per cápita pero también lo hará el número de contagiados y fallecidos por Covid-19 por cada millón de habitantes.
2.- Los datos del censo muestran que estamos en una condición excepcional por la combinación de una reducción de la tasa de natalidad y al mismo tiempo un volumen de adultos mayores que aún es relativamente menor respecto a la población total. Por esa razón, la relación de dependencia, es decir, el porcentaje de la población dependiente económicamente de otros, es sólo de 50 por ciento, la menor tasa de toda nuestra historia. Esto significa que es probable que estemos en los años más redituables de nuestro llamado 'bono demográfico'.
3.- Lo anterior implica que la edad promedio de la población mexicana es quizá la óptima en términos de la productividad laboral, pues es de 29 años. Esto significa que tenemos una población relativamente joven, pero en la cual ya no hay una presencia tan grande de menores de edad, lo que ofrece una extraordinaria oportunidad de crecimiento en caso de que la población ocupada pueda tener empleos de mayor productividad.
4.- El número de ocupantes por vivienda en México es el más bajo de nuestra historia, con un promedio de solo 3.6 personas por cada hogar. Esto se explica en parte porque el número de viviendas también es el más alto del que tengamos registro, con 35.2 millones, lo que implica un crecimiento promedio anual de 2.2 por ciento en la última década, y por la reducción de la tasa de fecundidad, es decir, la cantidad de hijos por cada mujer.
5.- El censo también revela que aún estamos atrasados en cuanto a la disponibilidad de los servicios que permiten la productividad. Sólo 52 por ciento de las viviendas tienen internet y 37.6 por ciento tienen una computadora o una tableta. Sin embargo 87.5 por ciento tienen teléfono celular y 91 por ciento tienen un aparato de televisión. Estos serán los dos vehículos más relevantes para ingresar a la era digital.
6.- Uno de los temas más preocupantes que revela el censo es el bajo nivel de escolaridad que tenemos en nuestro país. El nivel promedio de escolaridad es de 9.7 años. Esto significa que no llegamos ni siquiera al primer año de preparatoria. En la última década el incremento fue de 1.1 años. Si nos mantuviéramos con ese ritmo, como ha sucedido en las últimas dos décadas, tendríamos que esperar hasta 2040 para convertirnos en un país cuyo nivel educativo fuera el equivalente a la preparatoria.
Estos datos y muchos otros que revela la abundante información compilada por el Inegi nos muestran un país con enormes carencias pero también con un potencial extraordinario.
Nosotros tomaremos la decisión de aprovecharlo o permitir que las carencias que tenemos crezcan y se hagan crónicas, o que nuestro desarrollo permita que vayan diluyéndose al paso de los años.
Próximamente regresaremos a este tema.