El gobierno federal debe preparar muy pronto una nueva narrativa para explicar un conjunto de datos que van a ser muy desfavorables.
En este espacio le hemos descrito y documentado desde hace varias semanas la tendencia a la desaceleración de la economía que se percibió de manera muy clara en diciembre, pero que va a hacerse manifiesta con más fuerza cuando estén todos los datos de enero.
Ayer, se sumaron dos indicadores más.
El primero fue la producción industrial de diciembre, que cayó a un ritmo de 2.5 por ciento a tasa anual.
Entre los componentes de la industria, siguió en caída libre la producción de petróleo, que descendió en 8.3 por ciento, pero también la extracción y producción de minerales mostró números rojos, con un 3.7 por ciento abajo.
Otro de los sectores que retrocedió fue la construcción, la cual tuvo una caída de 3.9 por ciento, que fue empujada sobre todo por el descenso de 11 por ciento en las obras de ingeniería civil, asociadas principalmente con la obra pública.
Las manufacturas, el sector más importante de la industria, logró evitar la caída, con un crecimiento de 0.5 por ciento, que también es evidencia del debilitamiento de la actividad económica.
El otro indicador que se dio a conocer ayer fue el del empleo formal.
En enero se crearon 94 mil 646 nuevos empleos formales. Esto significa un crecimiento a tasa anual de 3.3 por ciento.
Pero si comparamos la generación de empleos sólo de enero, observamos que en el primer mes de 2018 se habían generado 113 mil 722, lo que implica una reducción de 16.8 por ciento.
No es el primer mes en el que esto ocurre. Si tomamos los últimos tres meses de la administración de Peña, se generaron en ese lapso 393 mil 493 nuevos empleos. Para el mismo periodo (septiembre-noviembre) de 2017 la cifra fue de 463 mil 126, es decir, hubo una caída de 14.8 por ciento.
Ya venía una clara tendencia a la baja, que se acentuó en el arranque de este año.
No me cabe la menor duda, en la medida que se empiecen a revelar más y más cifras de la actividad económica en el arranque de este año, vamos a percibir un freno muy serio de la economía y del empleo.
El gobierno tiene una de dos opciones: puede ignorarlo y tratar de que se hable poco del asunto para que pase desapercibido o puede explicar con detalle y sustento lo que está pasando.
La austeridad y el arranque de sexenio han generado un freno en uno de los componentes más importantes de la demanda: el gasto público, lo que ha venido a sumarse a la tendencia a la baja que ya traía la economía en general desde el último trimestre y la incertidumbre asociada al arranque del sexenio.
Mi opinión es que estos hechos no pueden ignorarse y que vamos a tener un primer semestre con un crecimiento económico muy pobre o casi inexistente.
Por esa razón es que el gobierno necesita cambiar de narrativa.
Y, sobre todo, tomar acciones para remediar lo que está en las manos de las actuales autoridades, como el ejercicio del gasto.
Reiteradamente le he referido la experiencia de 2013, en la que tuvimos el peor primer semestre de todo el gobierno de Peña.
¿O será que hay resignación a tener una muy mala primera mitad del año en materia económica con la expectativa de que las cosas luego se compongan?
Espero que no.