Hay quienes opinan que mientras exista incertidumbre, la inversión va a estar paralizada, el consumo se va a detener y la actividad económica no va a poder moverse.
No estoy de acuerdo.
Lo que afecta la inversión o el consumo no es la incertidumbre por sí misma, porque inherentemente la actividad económica es incierta.
Si usted compró alguna vez un inmueble seguramente hizo una inversión elevada. Tal vez comprometió su patrimonio o tuvo que hacer uso de un crédito.
No tenía la certeza de que en el futuro la economía marchara de manera suave; que sus ingresos fueran estables o incluso crecientes. No sabía si ese inmueble iba a subir de precio o se iba a estancar o caer.
Y, todo es natural, porque nadie conoce con exactitud lo que nos depara el futuro.
Las decisiones económicas, por su naturaleza, se toman siempre en la incertidumbre.
En el caso de las inversiones en la construcción de capacidad productiva es peor aún.
Podemos hacer cálculos respecto a la trayectoria de los mercados, analizar la tasa interna de retorno y el costo del capital, visualizar el costo de oportunidad en el que incurrimos por la opción elegida. Y con todo, seguimos con incertidumbre.
¿Qué es lo que hace que un consumidor tome un crédito o haga una compra importante? ¿Por qué un empresario elige construir una planta?
Se trata de la confianza, de la confianza en nuestra capacidad de discernimiento; de nuestra confianza en las instituciones con las que funcionamos; de nuestra confianza en el mundo.
Se trata de algo subjetivo sin que por ello implique que se trata de algo volátil, caprichoso o sin amarres en la realidad.
Pero sí tiene que ver con la forma en la que entendemos y juzgamos al mundo.
Los grandes estadistas de la historia han tenido como un común denominador su capacidad para inspirar la confianza. A veces de un grupo decidido y otras de la gran mayoría de la sociedad.
López Obrador llegó al gobierno con la confianza de una gran parte de la sociedad. Tal vez, tantos años de lucha -pese a críticas sobre sus modos- le ganaron la confianza de muchos.
Pero al mismo tiempo, tal vez el ganar esa confianza trajo como reverso de la moneda que, en ciertos grupos, sobre todo los de más influencia económica, llegara la desconfianza.
¿Recuerda usted si en el segundo trimestre de 2013 proliferó la desconfianza y se anticipó el desastre? Lo pregunto porque en ese lapso la economía decreció en -0.7 por ciento respecto al primer trimestre. ¿Recuerda usted cuántas profecías del desastre surgieron?
En este año, crecimos en un periodo equivalente en 0.1 por ciento, y pareció, en algunos foros, como si estuviéramos en la peor de las debacles de nuestra historia.
Eso refleja el ingrediente de subjetividad del que le hablaba.
Pero, del otro lado, igualmente, el menosprecio a las críticas por parte del presidente y de algunos actores del gobierno, incita a la polarización.
Incertidumbre va a haber siempre. Desde hace medio siglo al menos, es un ingrediente que está y que seguirá con nosotros.
Así como está fuera de lugar que los sindicatos pretendan volver a la edad de oro de los contratos colectivos con múltiples privilegios, los empresarios no deben poner como una condición para invertir el contar con una certidumbre que, si alguna vez existió, ya no regresará nunca.
Quizás no nos guste. Pero el mundo ya es otro.
Pensar que va a regresar la era de la certidumbre y ponerla como condición para invertir, es simplemente un mito.