Sería relativamente fácil darle la vuelta al mal comportamiento que tuvo la economía mexicana el año pasado.
Los malos resultados derivan sobre todo de causas subjetivas… pero que al final se reflejan en indicadores objetivos.
Todo es cuestión de confianza. Si se lograra recuperar la de inversionistas y consumidores, no sería imposible que este año se cumpliera la expectativa de la Secretaría de Hacienda de crecer un 2 por ciento.
Vea las siguientes cifras.
Ayer, el Inegi dio a conocer que el indicador de confianza empresarial del sector manufacturero cayó 4.1 por ciento en enero de este año respecto al mismo mes de 2019. Si consideramos el nivel que este indicador tenía en julio de 2018, tras el triunfo de López Obrador, la caída es de 8.6 por ciento.
En contraste, el indicador de pedidos manufactureros, que no tiene que ver con temas de percepción sino con datos de los gerentes de compras, tiene una caída bastante menor, de solo 1.4 por ciento respecto al mismo mes de 2019. Y si lo comparamos respecto a diciembre, tiene incluso un leve aumento.
La percepción de los empresarios y no de sus encargados de pedidos, sin embargo, se refleja en las decisiones de inversión. El último dato que tenemos respecto a esta variable, y que corresponde a octubre, indica una caída anual de 8.7 por ciento.
Si vemos la composición de la inversión encontramos que aproximadamente 75 por ciento es inversión privada nacional, 13 por ciento es inversión extranjera directa y 12 por ciento es inversión pública.
Esto quiere decir que el componente determinante de la inversión proviene de las empresas del país. Es el estado de ánimo de los empresarios mexicanos el que influye en mayor grado en el comportamiento de la economía.
Cuando estos no tienen elementos suficientes para calcular razonablemente el riesgo de los proyectos que van a emprender y por lo mismo no saben cuál es el rendimiento que estos deben ofrecer para ser viables, tal incertidumbre frena muchas decisiones y paraliza las inversiones.
Pero el ambiente incierto no solo está presente entre los empresarios. También lo está entre los consumidores.
Le hemos comentado en diversas ocasiones que la masa salarial real del sector formal de la economía creció 5.4 por ciento el año pasado. Sin embargo, si vemos los últimos indicadores del consumo privado, estos indican un crecimiento de apenas 1.5 por ciento a tasa anual.
Muchos prefieren no gastar, pues no saben si a la vuelta de los meses tendrán un empleo estable y seguro.
Ayer también conocimos que las remesas internacionales marcaron un récord histórico en 2019, con la llegada de 36 mil 48 millones de dólares, creciendo 7 por ciento respecto a 2018. Estos fondos llegan, en su mayoría, a los segmentos de más bajos ingresos.
Sin embargo, muchas familias no los están gastando.
El problema que tenemos en este momento es que la confianza de los consumidores viene también en descenso. De acuerdo con los datos del Inegi, desde febrero de 2019 hay un retroceso de 10.7 por ciento, luego de que en el arranque del año pasado hubo un significativo incremento. Pesa el tema de la incertidumbre en el empleo.
Si, a través de las decisiones del gobierno y de las palabras de sus principales voceros, desde luego el presidente de la República, se lograra generar un cambio en el estado de ánimo que cambiara la tendencia en la confianza de inversionistas y consumidores, es probable que tuviéramos un rebote en nuestra economía que sorprendería a muchos.
No es ocioso señalarlo.