De vez en vez, resulta necesario echar a volar la imaginación.
Para cambiar la realidad, es necesario imaginarla antes.
Imagine por un momento que a finales de febrero se hubiera reunido el Consejo de Salubridad General, como máxima autoridad sanitaria de nuestro país.
Imagine que se hubiera nombrado a un cuerpo colegiado de verdaderos científicos para diseñar la mejor estrategia para hacerle frente a la pandemia.
Imagine que se hubieran aprendido honestamente de las experiencias de los países que ya en ese momento estaban padeciendo los estragos del Covid-19.
Imagine que se hubiera convocado a los exsecretarios de Salud, para escucharlos y aprender de sus experiencias.
Imagine que desde el primer momento se hubiera subrayado la importancia del uso del cubrebocas, y en las apariciones públicas de todos los funcionarios, del presidente de la República hacia abajo, todos lo hubieran portado para predicar con el ejemplo.
Imagine que el distanciamiento físico hubiera empezado dos semanas antes, desde principios de marzo, con un mensaje a la Nación del presidente rodeado y respaldado por todos los gobernadores.
Imagine que en ese mensaje se hubiera pedido a la gente permanecer en su casa y se hubiera explicado que se iba a poner en marcha una política activa de respaldo económico a las familias, a las empresas –sobre todo pequeñas y micro– y al empleo.
Imagine que se hubiera dado el mensaje de que habría una moratoria de tres meses en el pago de ISR a todas las empresas para que contaran con la liquidez necesaria para seguir con sus operaciones y cubrir los salarios.
Imagínese que el gobierno hubiera dicho que se iba a utilizar el crédito público para lo más valioso, que es preservar la vida y la salud de la gente.
Imagine que las autoridades sanitarias hubieran seguido al pie de la letra las recomendaciones de la OMS y hubieran hecho pruebas, pruebas y más pruebas, para buscar proactivamente los casos y romper las cadenas de contagios.
Imagine que el parámetro de éxito en la estrategia fuera la cantidad de fallecidos reportada con cifras transparentes y que realmente las autoridades sintieran en el alma el dolor por los que día con día estuvieran muriendo.
Imagine que se publicaran diariamente todos y cada uno de los nombres de los fallecidos para subrayar que no son estadísticas, sino seres humanos cuya partida generó dolor.
Imagine que el desconfinamiento hubiera sido muy gradual y ajustado rápidamente en cuanto se detectaran nuevos brotes.
Imagine que las autoridades día con día señalaran que el valor supremo de nuestro sistema es la preservación de la vida, y por eso sería la guía de todas las políticas.
Imagine que, ante el riesgo de una segunda ola, con una política activa de pruebas, de seguimiento de contactos, y de confinamientos localizados, nuestro país estuviera controlando realmente la enfermedad.
Imagine que en el mundo pusieran a México, junto con otras naciones como Corea del Sur o Nueva Zelanda, como ejemplos de cómo un país democrático logra realmente contener la pandemia.
Imagine que ese esfuerzo colectivo generara una sensación de unidad nacional que no hubiéramos conocido antes de la pandemia y que al salir de ésta estuviéramos listos para recuperar las pérdidas con proyectos en los que se involucraran todos los sectores del país.
Imagine que otra vez, el presidente y todos los gobernadores, anunciaran que ese espíritu de unidad y los resultados que con él se pueden obtener, sería el homenaje del país a las víctimas de la pandemia.
Imagine.
Lo malo es que, tras la imaginación, regresa la realidad. La de las mañaneras del encono. La de los mensajes de la soberbia de López-Gatell. La de los pleitos de los políticos de todos los signos. La de la inconsciencia de la gente que organiza celebraciones sociales como si nada ocurriera. La de la fe malentendida que crea aglomeraciones de las que seguramente surgirán contagios, enfermedad y muerte. Las de las cifras económicas con caídas sin precedente.
Precisamente, por ello, hay que imaginar.
Sí, imagine que la historia pudo ser otra.
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