La dinámica de la economía mexicana es resultado de la interacción de múltiples factores.
Algunos la frenan y otros la empujan. ¿Pero en qué medida?
Si las actividades extractivas, notoriamente la producción de petróleo, no contaran en la economía mexicana, en el primer trimestre del año, el PIB hubiera crecido en 0.5 por ciento en lugar del 0.1 por ciento.
Incluso, si consideramos el periodo de 2012 a 2018, la economía mexicana hubiera crecido en promedio anual a 2.8 por ciento, en lugar del 2.38 por ciento que se obtuvo.
Un caso aún más notorio es el de la industria de la construcción. Igualmente, haciendo el análisis de cuánto hubiera crecido el PIB si no estuviera influido por la construcción, el resultado sería un crecimiento de 2.44 por ciento, en lugar del 0.5 por ciento.
Aquí se puede observar claramente que la falta de inversión y de construcción residencial en el primer trimestre del año fue quizás el factor que incidió de manera más negativa en la actividad económica.
Un efecto diferente lo tiene el sector terciario de la economía, conformado por el comercio y los servicios. Sin éste, el PIB del primer semestre del año no hubiera crecido el 0.1 por ciento, sino que hubiera caído en -1.3 por ciento, lo que muestra el efecto positivo que tiene para el conjunto de la economía.
A nivel regional, también se pueden apreciar esas diferencias.
Si el PIB de la Ciudad de México no contara a escala nacional, entre 2000 y 2017 (no hay datos del PIB estatal más recientes) la economía mexicana habría crecido prácticamente lo mismo. Es decir, el PIB de la capital prácticamente se ha movido igual que el del país completo.
Pero si excluimos a Jalisco y Nuevo León, el crecimiento del país se hubiera reducido a un 1.85 por ciento, en lugar de 2 por ciento.
Hay entidades que han crecido a un ritmo mucho más alto que el promedio nacional. Por ejemplo, en el Bajío, el estado de Querétaro alcanzó un promedio de 3.8 por ciento en este siglo. En el sureste, Quintana Roo logró un 4.3 por ciento. Y en el norte del país, Baja California Sur llegó a 4.4 por ciento promedio.
El problema es que las regiones más dinámicas pesan poco en el país porque sus economías son relativamente pequeñas.
En contraste, si excluimos a un grupo de entidades que han tenido un mal desempeño en los últimos años: Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Campeche y Puebla, el país habría crecido a una tasa cercana al 2.4 por ciento a lo largo de este siglo.
Tiene sentido una estrategia de crecimiento orientada a acelerar el crecimiento de los estados y los sectores más rezagados.
Si las entidades del sur del país crecieran a tasas más elevadas, el efecto sobre la economía sería positivo, además de propiciar la equidad.
En el caso de los sectores, si se logra dar la vuelta a la caída en la producción de petróleo y gas, y se detona la construcción en los siguientes meses, podríamos tener un ritmo de crecimiento más elevado.
No es sencillo, pero se requiere una estrategia de desarrollo que reduzca las desigualdades regionales y sectoriales y contribuya a construir un país con mayor equidad.
Hemos fracasado como país por mucho tiempo en esta tarea.
¿Podrá tener éxito en ella la administración de AMLO?
En algunos meses veremos si hay visos de que en este terreno pueda haber un real cambio.