El Inegi confirmó ayer que la caída del PIB en el segundo trimestre del año fue de 18.7 por ciento a tasa anual.
Se trata del retroceso más profundo desde que se calculan cifras trimestrales.
Por su parte, el Banco de México señaló que, en sus escenarios, la caída del PIB en el año completo está en un rango de 8.8 a 12.9 por ciento.
La razón de que sea tan amplio el margen es por la enorme incertidumbre que aún existe y que no se va a ir en el corto plazo.
Ante estas cifras se ha generalizado la idea de que estamos frente a 'la peor crisis' que hemos tenido desde 1932.
Si la medición se realiza en términos de la variación del PIB, no hay discusión. En los registros trimestrales no hay precedentes de la caída observada. Y en el dato anual, la referencia es 1932, cuando hubo una caída de 14 por ciento.
Pero, ¿es suficiente observar la variación del PIB para calificar a la crisis como 'la peor' de la historia reciente?
A mi parecer, no lo es.
Hay otras variables cruciales que nos hablan de otra dimensión de la crisis. El empleo, los salarios y la situación financiera.
De acuerdo con los datos del IMSS, a julio el empleo formal ha decrecido a una tasa de 4.3 por ciento en los últimos doce meses.
En 1995, la caída del empleo formal fue de 6.0 por ciento.
En otras variables que miden el empleo no hay forma de comparar porque el alcance de las encuestas que hoy se aplican es diferente, mientras que en el caso de los empleos del IMSS sí, pues se trata simplemente de registros.
Pero, quizá donde la diferencia sea mayor es en las implicaciones que tuvo en el sistema financiero y entre millones de acreditados a la banca.
Los bancos que estaban en poder del Estado tras la nacionalización de 1982 se privatizaron a principios de los 90 a múltiplos demasiado elevados. Para reponerse de las compras a precios muy altos, los banqueros efectuaron una muy rápida expansión del crédito, de modo que cuando llegó la crisis de 1995, tomó a las instituciones financieras en una condición muy frágil y se produjo entonces una quiebra generalizada de los bancos. Salvo excepciones, quebraron y tuvieron que cambiar de dueños. Allí apareció el célebre Fobaproa.
Pero lo peor fue el alza de las tasas de interés, de la inflación y del dólar.
Por ejemplo, la tasa de los Cetes a 28 días, que es una buena referencia, pasó de un nivel de 13.75 por ciento el 15 de diciembre de 1994 a 82.65 por ciento el 23 de marzo. En poco más de tres meses se disparó en seis veces.
Millones y millones de acreditados se quedaron sin capacidad para pagar sus deudas.
El dólar pasó de 3.45 pesos el 14 de diciembre a 7.58 el 9 de marzo, es decir el peso se devaluó en 119 por ciento en menos de tres meses.
La inflación estaba en 7 por ciento en diciembre de 1994 y llegó a 52 por ciento al final de 1995. Es decir, se multiplicó por 7.4 veces.
El poder adquisitivo del salario mínimo real cayó en 13.2 por ciento entre diciembre de 1994 y el mismo mes de 1995.
En la actual crisis, las tasas de interés bajaron, el dólar se depreció en 16 por ciento en el año, la inflación se acercó al 4 por ciento cuando estaba ligeramente abajo de 3 y el salario mínimo real aumentó su poder de compra.
A veces se requiere no perder la perspectiva histórica para ponderar los hechos.
No quiere decir que la crisis actual no sea grave, pero a mi juicio, no alcanza la dimensión de la que tuvimos hace un cuarto de siglo.
Veamos el panorama completo.