El pasado 8 de julio, el presidente López Obrador acudió a Washington a un encuentro con el presidente Donald Trump, que ya era al mismo tiempo candidato presidencial del Partido Republicano.
Diversas voces advirtieron que la presencia de López Obrador en la Casa Blanca, sin el menor gesto de consideración para el candidato opositor y favorito para ganar las elecciones, Joe Biden, podría ser, por lo menos, imprudente.
Trump había rescatado al gobierno mexicano de una complicada situación frente a la OPEP, cuando nuestro país se opuso a acatar los recortes acordados. El gobierno de Trump operó para sacar a AMLO de ese apuro y la reunión, a la que por cierto no quiso acudir Trudeau, fue vista en el contexto electoral como un intento de Trump por buscar el voto hispano.
No pasó mucho de la visita del presidente mexicano cuando ya la campaña de Donald Trump utilizó escenas del encuentro como parte de la propaganda electoral.
El episodio se diluyó porque en los medios estadounidenses la visita tuvo escasa relevancia.
Sin embargo, en la coyuntura del triunfo de Trump, nuevamente se ha hecho visible el presidente mexicano por su reticencia a felicitar al virtual presidente electo.
Peor aún, la analogía que ha hecho de esta elección con la de 2006 en México, la cual él califica como fraudulenta, acentúa la imprudencia.
Es muy probable que a Biden le resulte irrelevante la felicitación y que ni siquiera haya reparado en los dichos del presidente mexicano, pero no así a una parte del equipo de quien será el hombre más poderoso del mundo.
Obviamente, si se tratara de un gesto aislado podría ser una mera anécdota. El problema es que simboliza el tono de una relación que por lo menos va a ser tensa, por la diferencia de filosofías y visiones.
El día de ayer, como uno de los primeros actos de su oficina, en calidad de virtual presidente electo, Joe Biden estableció un comité científico para trazar una estrategia que permita combatir eficazmente la pandemia.
En el discurso con el cual hizo la presentación, Biden le puso énfasis al uso universal de los cubrebocas como uno de los recursos fundamentales para el control de la enfermedad.
En México, la visión del presidente es que éstos no son indispensables salvo que quien los porte esté contagiado. De esa manera ha justificado su presencia sistemática en eventos públicos sin usar el aditamento.
Pero, además, en su página de transición, Biden puso como primer lugar de sus prioridades al combate a la pandemia y estableció que otra de las estrategias críticas será la disponibilidad universal de pruebas, así como la identificación de las personas que hayan estado en contacto con quienes resultan positivos en los exámenes.
De esa manera, Biden considera que será posible establecer esquemas de confinamiento limitado que permitan detener los contagios sin tener que cerrar de manera generalizada a la economía.
Se trata de una filosofía opuesta a la que ha sostenido el gobierno mexicano en donde se regatea la aplicación de las pruebas.
Para Biden y su equipo, creo que lamentablemente, México tendrá una prioridad secundaria.
En lugar de que podamos aprovechar la oportunidad en la búsqueda de cadenas de proveeduría más cercanas y seguras con las empresas estadounidenses, tema central de su estrategia económica, me parece que deberemos conformarnos con el hecho de que el nuevo presidente de Estados Unidos no nos haga mucho caso, pues probablemente si nos toma en cuenta, será para exigir el cumplimiento de los compromisos establecidos en el TMEC.
Será la segunda ocasión en la que un gobierno mexicano jugó apostándole a Trump.
En la primera ocasión, el gobierno de Peña acertó y logró que se renegociara el tratado comercial que Trump pretendía repudiar.
En este caso, no parece factible que tengamos la misma suerte y seguramente vamos a enfrentarnos a cuatro años de una relación, por lo menos tensa, con el gobierno estadounidense.