Si alguna variable económica debiera ser cuidada en un país que aspirara al crecimiento y al desarrollo debiera ser la inversión.
2020 pasará a la historia como uno de los peores años para la inversión del país en toda la historia.
Invertir es generar capacidad productiva. Invertir es generar el bienestar del futuro. Invertir es saber que la historia no se acabará mañana.
Las cifras que dio a conocer el Inegi hace poco días nos revelan dos cosas.
La primera es que, desde que comenzó el gobierno de López Obrador hemos visto retroceder sistamáticamente a la inversión privada. Primero por la incertidumbre, luego por la pandemia y finalmente por la certeza de que las políticas públicas de este sexenio van a poner piedritas en el camino de la mayoría de los empresarios.
La segunda es que la inversión pública sigue su trayectoria a la baja. Comenzó a descender tras la crisis financiera mundial de 2009, y sigue cuesta abajo.
Quienes pensaban que el gobierno de López Obrador compensaría el desplome de la inversion privada con los recursos del Estado, se habrán llevado una decepción. El sector público sigue invirtiendo cada día menos.
No hay milagros. Si una economía no invierte, no va a crecer. Quizás este año aproveche el efecto de 'rebote' que se producirá luego de la crisis de 2020. Pero, tras ese efecto, seguirá el estancamiento.
Permítame darle algunas cifras.
La inversión total llegó a su máximo histórico en el tercer trimestre de 2015. Desde entonces, la caída ha sido de 32.5 por ciento. Y en este sexenio retrocedió ya 17.2 por ciento.
La inversión pública del último trimestre del año pasado es menor en 48 por ciento a la realizada en el mismo trimestre de 2008. Y también es inferior 13.6 por ciento a la efectuada en el mismo periodo de 2018, antes del actual sexenio.
La inversión privada llegó a su nivel más elevado en el primer trimestre de 2018. La cifra actual es 22 por ciento inferior. Antes de la pandemia, en el primer trimestre de 2020, ya estaba 5.4 por ciento por abajo del nivel con el que cerró el sexenio pasado. Y en el cuarto trimestre del año pasado había acumulado una caída de 18 por ciento respecto al final del sexenio pasado.
Las cifras no mienten. Tenemos un desastre en la inversión en el que se conjugaron los efectos de la pandemia con los de las políticas públicas de la actual administración.
Desde que se empiezan a aprender los rudimentos de la economía se entiende que lo determinante del crecimiento de la economía es la inversión.
Es ella el motor que dinamiza la actividad económica en el largo plazo. El consumo puede ayudar temporalmente, pero no es lo determinante si los procesos económicos se ven con un horizonte que trascienda un año o dos.
La pandemia, como un evento de los que ocurre una vez en un siglo, nos habrá pegado de manera salvaje. Por eso la caída del PIB el año pasado fue la peor desde 1932.
Pero lo que puede generar en el país una anemia de crecimiento que se extienda por varios años, aun después de que se vaya la pandemia, son las políticas públicas que propician que los empresarios no inviertan, que busquen otras latitudes cuando pueden hacerlo. O que prefieran simplemente no arriesgar sus capitales en un entorno en el que no ven perspectivas favorables.
Si este fuera el curso de las cosas y tuviéramos un saldo económico totalmente desfavorable en los últimos años del sexenio, le puedo adelantar quiénes van a ser los villanos de la película: los empresarios.
Hoy le tocó el golpe a los que han querido ser eficientes usando energía limpia que ellos mismos generan.
En el futuro, el golpe les podría tocar a todos los demás.