En pocas ocasiones en la historia económica del país había existido un contraste tan grande entre percepción y realidad.
La semana pasada le referí en este espacio que el índice de confianza del consumidor llegó en el mes de enero a su nivel más elevado en casi 18 años.
La lógica diría que, ante esa circunstancia, el consumo se habría ido para arriba gracias al optimismo de la gente.
Pues no. Una primera aproximación a los todavía escasos datos de enero revela una economía en la que las compras se han contenido y la actividad económica se ha desacelerado considerablemente.
Buen ánimo, pero escaso bolsillo, como quien dice.
Un dato que parecía esperanzador es que, tras 19 meses, en enero las ventas de autos crecieron, poco, pero habían crecido finalmente.
Lamentablemente es un asunto de registro, del modo de reportar de una de las empresas que más venden: General Motors, que dio a conocer un alza de 106 por ciento en sus ventas, lo que evidentemente tiene que ver con un comparativo que no es homogéneo y no con un crecimiento real de esas dimensiones.
Si se quita el factor GM, en lugar de un alza de 1.9 por ciento para el total de vehículos, hay una caída de 7.3 por ciento, considerando todas las otras armadoras.
Las ventas de Walmart son también un indicador adelantado de las tendencias del consumo. Las ventas a unidades iguales crecieron en 4.6 por ciento en enero. La inflación de ese mes fue de 4.37 por ciento, de modo que el crecimiento real fue de sólo 0.2 por ciento. Para todo efecto práctico, las ventas se estancaron.
En enero de 2018, con todo y el año de incertidumbre que había por delante, el crecimiento real a tasa anual fue de 2.0 por ciento.
Va otro dato. De acuerdo con la cifra adelantada del PIB al cuarto trimestre del año, se puede esperar que el Índice Global de Actividad Económica en diciembre apenas haya crecido 0.7 por ciento a tasa anual, lo que anticipa una clara tendencia a la baja en el mes de enero.
¿Cómo es posible que ante esos indicios de un freno económico haya expectativas tan positivas entre los consumidores mexicanos?
Tiene que ver esencialmente con un giro del estado de ánimo que no se refleja en las decisiones de compra ni de inversión.
¿No le ha pasado a usted cuando observa los mismos hechos les da un significado completamente diferente si está de buenas o si está de malas?
Eso pasa con el consumidor mexicano: está de buenas, pero no tiene suficiente dinero.
A diferencia del ánimo positivo de los consumidores, el índice de confianza empresarial en la industria manufactura tuvo un crecimiento marginal en enero de apenas 0.9 por ciento a tasa anual.
Dice el adagio que al mal tiempo buena cara. Hoy parece que la economía atraviesa un mal tiempo, por lo menos en los indicadores de producción, pero el consumidor mexicano está contento con los cambios que suceden en México, aunque éstos no se reflejen en su bolsillo.
¿Por cuánto tiempo mantendremos la buena cara si la economía no empieza realmente a crecer y a mejorar las condiciones de vida de la población?
En unos meses lo sabremos.