Si usted pregunta a los partidarios de Andrés Manuel López Obrador por el desempeño del gobierno durante el primer año del sexenio, recibirá casi exclusivamente aplausos y reconocimientos y le dirán que es un régimen que finalmente está haciendo justicia y creando un ambiente de libertad y democracia.
Si pregunta a los críticos de AMLO por el mismo lapso, le contarán que el país es poco menos que un desastre, donde la inseguridad está desbordada, la economía en ruinas y además nos encontramos en el umbral de una dictadura.
Cuando uno no coincide ni con los apologistas ni con muchos de los críticos, se lleva 'pamba' de todos.
De los partidarios de AMLO, porque consideran que pongo demasiado énfasis en los problemas como la falta de crecimiento o los graves riesgos de Pemex, solo por citar dos ejemplos.
De los críticos, porque consideran que soy complaciente con el gobierno y no cuestiono como suponen que debiera los fallos del gobierno de López Obrador.
Yo tengo casi 32 años escribiendo esta columna. Y estoy curado de espanto. No me asombra la polarización. Desde el sexenio de Miguel de la Madrid, cuando comencé con Coordenadas, había discrepancias, y uno era sujeto de aplausos y mentadas.
Pero, ni en los momentos más intensos, como en la elección de 1988, percibí una polarización como la que hoy tenemos.
Quizás sea el efecto de las redes sociales, que antes no existían. Tal vez sea el comportamiento de una nueva generación, más impaciente e intolerante. No lo sé.
Pero lo que sí es manifiesto es que hoy la mayor parte de las reacciones en torno al presidente se dan con las vísceras y no con el cerebro.
Uno de los problemas más serios que tenemos hoy en México, y que no se ha puesto de manifiesto, es que el debate público es conducido por las emociones y no por las razones.
Y no hablo solo de los apologistas de AMLO, sino también de la mayoría de sus detractores.
Hay grupos que se preocupan por la pérdida de legitimidad de la CNDH. Tienen toda la razón.
Son los mismos, que con toda justicia han levantado luces amarillas respecto a una ofensiva de Morena contra el INE. Que, entre paréntesis, no tiene el menor sustento.
Pero hay pocos que hayan puesto la alerta por la pérdida de calidad de nuestro debate público.
Lo que ahora importa es si se critica o respalda a AMLO. Eso lo afilia y lo estigmatiza a uno.
No se escuchan las razones. Lo que existe es el prejuicio.
Se puede argumentar que esa es la tendencia en el mundo. Las simpatías de los electores se han ido a los extremos en los últimos años.
Quien logra motivar las emociones más elementales de los electores es quien usualmente tiene más éxito electoral.
Pero en una democracia tan frágil y joven como la nuestra, excluir a la razón puede ser fatídico.
El país está lejos de estar en ruinas. Pero ni remotamente está en la gloria.
Hay motivos para una crítica dura y razones para, en algunos ámbitos, defender su acción.
Ni modo. Si eso suscita la andanada de tirios y troyanos, ni va a ser la primera vez ni tampoco será la última.
Ni México es hoy un desastre como parecen dibujar los críticos de AMLO, ni es el paraíso terrenal que pretenden 'vendernos' sus apologistas.
¿Será tan difícil encontrar el equilibrio para ver las cosas en la dimensión que realmente tienen?