En los últimos meses y años se ha desarrollado en México un gusto por la polarización.
No hablo de toda la población, pero sí de quienes tienen acceso a las redes sociales o de quienes tienen influencia en la opinión pública.
Y me refiero en los últimos años, porque no es algo que haya nacido con el triunfo de López Obrador, como a veces pareciera, sino que viene desde el sexenio de Peña.
Luego de un arranque que le reconoció los proyectos de reformas estructurales, el nivel de aprobación del presidente Peña se fue al piso.
A principios del 2013, Peña tenía un 50 por ciento de aprobación, que ya había caído a menos de 40 por ciento al arrancar 2015 y que estuvo en 17 por ciento en algunos meses del 2017.
La crítica fue inmisericorde con Peña. Se le cuestionaba todo, desde sus acciones hasta su apariencia o su manera de expresarse.
Y, esa crítica le abrió la puerta a López Obrador.
Ahora, algunos segmentos que fueron duramente críticos con Peña empiezan a serlo también con López Obrador.
La diferencia es que mientras Peña carecía de capacidad de respuesta, López Obrador contesta en lo personal, y adicionalmente, sus partidarios se lanzan furiosos contra los críticos.
Peña no tenía capacidad para responder y fue lapidado por quienes lo cuestionaban.
López Obrador, sigue teniendo el respaldo mayoritario de la población, según cualquier encuesta, y responde, directa e indirectamente.
Eso genera encono.
Los críticos se lanzan contra él y sus apologistas.
En las críticas pueden tener tanto peso desde unos zapatos sucios hasta medidas que pueden ser violatorias de la Constitución.
El asunto es golpearlo.
En el otro lado, para él o para sus apologistas, los críticos son parte de la mafia del poder, fifís, corruptos o conservadores, para no poner una más larga lista de calificativos.
Día tras día la discusión pública se va polarizando.
No es el debate democrático, que implica deliberación pública y confrontación de ideas, sino el choque de adjetivos.
Existe gente inteligente entre críticos y partidarios, pero también hay irracionalidad en los dos polos.
Y, en la polarización y en la búsqueda de apoyos, las ideas pasan a segundo término. Lo importante es ridiculizar, insultar, descalificar.
Más allá de los problemas económicos, de los elementos de incertidumbre que nos trae la ratificación del T-MEC; incluso, más allá de la inseguridad y la violencia que padecemos, el problema es que podemos ir perdiendo nuestra capacidad de convivencia en el país.
No habrá medida impulsada por el gobierno a la que no le sea encontrada por los críticos un defecto, el cual será magnificado hasta donde sea posible.
No habrá, según los partidarios de AMLO, un crítico del gobierno que pueda tener un juicio honesto e informado. Todos son conservadores y corruptos, beneficiarios de décadas de neoliberalismo, que ahora cuestionan por haber perdido sus privilegios.
Más nos vale que en el curso de los siguientes años nos vayamos desplazando hacia el centro y abandonemos la polarización.
Que incluya el reconocimiento de todo lo legítimo que ha traído consigo el régimen de AMLO y de lo justificado de sus críticas al pasado. Pero también con la perspicacia y valentía para cuestionar las acciones erróneas e infundadas de este gobierno.
Con el reconocimiento de los méritos del pasado y de las hazañas que se quieren emprender en el presente.
¿Podremos abandonar nuestro gusto por la polarización?