La industria del automóvil, una de las más importantes en el mundo y en México, está en un profundo proceso de transformación.
Una expresión de ese hecho es el resultado de la producción en 2019 en nuestro país. De acuerdo con los datos que el Inegi dio a conocer el día de ayer, la producción de automóviles en México bajó 4.1 por ciento el año pasado. Se trata de la primera caída que se registra desde 2009, tras la gran crisis internacional.
Habíamos tenido retroceso en las ventas internas que habían sido compensados por el crecimiento de las exportaciones, pero no caída en la producción… hasta ahora.
El año pasado, por primera vez desde la gran crisis, se dio un descenso en la exportación de vehículos armados en México, que cayó en 3.4 por ciento respecto a 2018.
La industria del automóvil se ha configurado como la más importante dentro del sector manufacturero mexicano, por lo cual este resultado anticipa un mal año para toda la industria de la transformación.
Además, en el caso de México se reafirmó la tendencia a la baja en las ventas domésticas, que cayeron en 7.6 por ciento respecto a las de 2018, lo que refleja claramente un retroceso que ya se prolonga por tres años.
Cuando se ven en conjunto estos datos, resulta claro que el sector del automóvil se encuentra en un proceso de transformación estructural que está afectando seriamente al desempeño de productores y distribuidores.
En el sector del automóvil convergen hoy toda una serie de fenómenos.
La adquisición de un auto es probablemente la compra más importante que realiza una familia después de su casa habitación. Por esa razón tanto en Estados Unidos como en México se hace principalmente a crédito.
El hecho de que en México tengamos ya tres años de retroceso en la venta de automóviles nuevos implica el fin de un ciclo de expansión del gasto de consumo duradero que comenzó precisamente tras la crisis de 2009.
En Estados Unidos, hay un freno en el gasto de los consumidores que diversas proyecciones anticipan que se prolongará a este 2020.
Estamos frente a un fenómeno que, sin embargo, trasciende el ámbito puramente económico.
Le pongo un caso. Si usted quiso comprar un vehículo híbrido en México en los últimos meses del año pasado, a pesar de la caída en las ventas automotrices, en el caso de los híbridos, lo más probable es que haya tenido que anotarse en lista de espera. Hay un segmento que quiere gastar menos en gasolina, tanto por razones económicas como ecológicas. Si la oferta fuera mayor y los precios de los autos bajaran un poco más, sería factible quizás tener un mayor impulso en las ventas.
Pero, por otro lado, diversos sectores de la población en algunas ciudades ya no están en disposición de adquirir un auto, ahora prefieren el uso de los servicios organizados a través de las plataformas de internet.
Agregue usted que hay otro segmento que usa de manera cada vez más frecuente la bicicleta o algún otro tipo de transporte personal en trayectos cortos, y todo ello se suma para explicar una importante transformación estructural en la industria del automóvil.
Para México, entender y adaptarse a este cambio es fundamental, pues se trata de la princicipal industria exportadora y del sector más importante entre nuestras manufacturas.
Tenemos tiempo para adaptarnos, antes de que nos demos cuenta de que el sector que nos levantó puede ser en el futuro con la que la industria del país se hunda.