El presidente Andrés Manuel López Obrador, día con día, debe enfrentarse con "el tigre". Aquel que, en la Convención Bancaria de 2018, fue protagonista cuando refirió que, si había fraude en la elección del año pasado, él ya no podría domarlo.
Aparentemente, ese felino ha hecho su aparición, de manera imprevista.
El domingo pasado, empresarios y gobernadores, tras salir de Palacio, del Informe de Gobierno, se encontraron con una movilización de algunas decenas de personas que los increparon e insultaron.
Algunos de los asistentes se preguntaron: ¿quién manda aquí?
El presidente de la República, en su discurso del domingo, pidió al sector privado invertir y apostarle a México. Agradeció a un grupo de empresarios su aportación a encontrar una solución al diferendo con la CFE.
Sería absurdo que el presidente hubiera conocido y tolerado la situación a las afueras del Palacio Nacional. Pero ocurrió.
Hay, dentro de Morena, grupos que perciben que necesitan atizar el enojo de los empresarios.
La provocación es burda. Quieren propiciar el distanciamiento del sector privado con el gobierno.
Un empresario que vivió muy cerca el proceso venezolano me contaba recientemente cómo fue que Hugo Chávez, en su primera etapa, escuchaba puntos de vista del sector privado y actuaba pragmáticamente.
Sin embargo, al paso del tiempo dejó de escuchar a quienes le traían opciones racionales y solo tomó en cuenta a los grupos más radicalizados de su movimiento.
Lo que se definió en la lucha por el oído de Hugo Chávez fue la suerte de Venezuela por las siguientes dos décadas o más.
Sin pretender establecer paralelos simplistas, hoy estamos en México en una disyuntiva.
Quienes increparon a empresarios y políticos el domingo pasado, son integrantes del movimiento de López Obrador.
Lo mismo que los legisladores que, obtusamente, pretendían la reelección de Muñoz Ledo en la presidencia de la Cámara.
Se trata de corrientes políticas radicalizadas que le están metiendo goles al presidente de la República.
Pocos entendieron, el pasado 20 de agosto, cuando AMLO habló de que el pueblo sabe quién es un trepador, un oportunista, un politiquero, que en realidad hablaba de una clase política que se está formando en Morena.
Días después, el 28 de agosto, refirió que, si Morena se corrompe, él renunciaría.
Ya no dijo que era imposible que Morena se corrompiera. Más bien construyó el escenario de lo que ocurriría en esa circunstancia. Revelador.
Cuando AMLO dio a conocer los resultados de la consulta en torno al aeropuerto, puso en la escenografía un libro que decía: "¿Quién manda aquí?".
En su Primer Informe Presidencial, una de sus primeras expresiones fue que se había consumado la separación del poder político –que él representa– del poder económico.
En la mañanera del martes 27 de agosto, Carlos Slim, el hombre más rico de México, actuó como parte del reparto del mensaje de AMLO, como para subrayar la subordinación del poder económico.
La tarea que hoy tiene pendiente el presidente es establecer la separación del poder político, que claramente concentra él, el presidente de la República, de los grupos radicales que quisieran llevarlo a la senda de Hugo Chávez.
AMLO sabe que si quiere pasar a la historia como un presidente que transformó, pero también construyó –al estilo de Juárez– necesita romper con quienes lo empujan a radicalizarse.
¿Podrá hacerlo?