Cuando se dice que el virus del COVID-19 va a cambiar nuestras vidas, no se trata de una metáfora.
Existe el temor fundado en todo el mundo de que aun en los países en los cuales se ha logrado contener la pandemia pudiera haber una segunda ola a partir de mediados de otoño.
El temor deriva de antecedentes de otras epidemias que afectan principalmente al sistema respiratorio. En primer lugar está el espectro de la pandemia de la influenza española en 1918, cuando en su segunda ola, en los meses del otoño e invierno, produjo el mayor número de infectados y de víctimas, contándose por decenas de millones.
La realidad es que todavía conocemos poco de este nuevo virus y no hay certeza de lo que pueda suceder en los últimos meses del año.
Hay que distinguir entre una posible segunda ola, algo diferente a la aceleración de los contagios o de los rebrotes en los lugares donde ya se había contenido al virus.
La aceleración de los contagios ha derivado principalmente de la suspensión de las medidas de distanciamiento social y de la laxitud en las prácticas de protección de la gente en un momento en el que todavía hay una gran circulación local del virus.
En esos casos se ha producido un incremento marcado de los contagios, como en diversos estados de EU.
Los rebrotes han aparecido en Europa y China, y han sido contenidos hasta ahora con cierres locales y seguimiento de los contactos de los contagiados.
La segunda oleada aparecería independientemente de que la infección prosiga o de que se haya contenido localmente.
El riesgo en países del hemisferio norte es que vaya a coincidir con otra epidemia, la que se produce cuando aparece la influenza estacional.
En países como México existe todavía una gran cantidad de víctimas de esta enfermedad. El presidente del Inegi, Julio Santaella, difundió a través de sus redes sociales la estadística de 2018, cuando el número de fallecidos por neumonía o influenza superó los 28 mil. El subsecretario López-Gatell manejó una cifra del mismo orden.
El problema con el que nos enfrentamos es que no sabemos a ciencia cierta lo que pudiera ocurrir en el caso de la prevalencia de la pandemia, o bien de la aparición de la segunda oleada, coexistiendo con la epidemia de influenza.
El temor es que haya una 'sinergia' de los dos virus en hipotéticos contagiados y aumente el número de personas que demanda atención hospitalaria.
La ventaja que tenemos es que en el caso de la influenza sí existe una vacuna. La desventaja es que el porcentaje de la población a la que se aplica en México es aún reducido.
La previsión es que el país adquiera alrededor de 30 millones de vacunas este año, con lo cual, suponiendo que se apliquen todas, se lograría la inmunidad de apenas poco menos del 25 por ciento de la población, por lo que habría que concentrar la vacunación en la población más vulnerable.
En el caso de México, el problema que enfrentamos es que si se considera población vulnerable a quienes sean diabéticos, hipertensos o bien tienen sobrepeso, el volumen es altísimo. Las 30 millones de vacunas no serían suficientes para lograr la inmunidad de toda la población vulnerable.
Se estima que hay 31 millones de hipertensos, 30 millones con obesidad y 12 millones de diabéticos. Aunque en este último caso la cifra podría ser mucho mayor.
Puede que no suceda nada en los meses de frío y que la pandemia se vaya debilitando.
Pero el riesgo de una "sindemia", de una doble epidemia, existe, con todas las consecuencias que podría traer.
Aún estamos a tiempo para ampliar la vacunación contra la influenza y mitigar el riesgo de una nueva crisis de salud al final de este año.
¿Tomaremos la decisión o seguiremos pensando que somos una "raza muy resistente", como dijo AMLO en marzo?
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