En las elecciones de 2018 Morena obtuvo 40 por ciento de los votos para diputados federales de mayoría relativa. Esto significó 21.3 millones de votos, sea directamente por ese partido o por las alianzas que realizó.
La votación por López Obrador fue de 53.3 por ciento. Es decir, un 13.3 por ciento que votó por opciones diferentes a Morena dio su sufragio a AMLO.
El más reciente ejercicio de investigación de opinión pública de El Financiero muestra que en este momento la votación por Morena es de 18 por ciento.
Esto quiere decir que hay una caída de 22 puntos en la intención de voto para ese partido.
O, si lo quiere ver de otra manera, hoy solo votarían por Morena 45 personas de cada 100 que votaron a su favor en 2018.
El cambio es dramático. Se trata de una desilusión como pocas veces se había visto en la historia del país porque esto se produce apenas 21 meses después de las votaciones de 2018.
La encuesta levantada en marzo, por cierto, no ha captado aún los efectos más dramáticos de la crisis derivada de la pandemia.
Pero vea usted otros datos.
En las elecciones de hace dos años, el PAN y sus alianzas obtuvieron 19.3 por ciento de los votos por diputados. Hoy la encuesta de El Financiero revela que el blanquiazul tendría el 10 por ciento de los votos.
Es decir, para el PAN la caída en la intención de voto es de 48 por ciento.
Y, en el caso del PRI, la caída es de 46 por ciento respecto al casi 15 por ciento de votos obtenidos en 2018 para diputados federales.
Del PRD ni hablamos porque no tiene significación estadística, como ninguno de los otros partidos.
¿Qué es lo que ha sucedido con la sociedad mexicana?
Que ha caído en una profunda decepción de los partidos. De todos.
De diciembre de 2018 a la fecha, el porcentaje de entrevistados que no se inclina por ningún partido pasó de 33 a 59 por ciento.
Esto significa un alza de 26 puntos. Si lo quiere ver en número de votantes, considerando la participación de 2018, estamos hablando de casi 15 millones.
Y, esto es muy mala noticia. Lo es tanto para quienes respaldan a AMLO como para sus detractores.
Se trata probablemente de la crisis más seria que hemos visto en el sistema político mexicano en mucho tiempo.
La historia política mundial nos dice que cuando hay un porcentaje alto del electorado que se encuentra decepcionado de los políticos y sus organizaciones, se crea el caldo de cultivo para el autoritarismo.
Este puede provenir de los gobernantes en funciones o de fuerzas políticas emergentes que aprovechen la decepción de los ciudadanos y pidan un gobierno que funcione, sin importar los procesos a través de los cuales gobierne o incluso sea elegido.
En condiciones de 'normalidad', como la conocíamos hasta hace un par de meses, la ciudadanía le daba tanta relevancia a los resultados de la gestión del gobierno como a la manera en la cual los gobiernos son electos.
La decepción con los gobiernos y los partidos puede conducir a los ciudadanos a buscar gobiernos que 'le den resultados' en los temas que consideran cruciales, sin importar si son democráticos o no.
El régimen político de China, por ejemplo, puede empezar a ser visto como algo de admirarse.
Mientras el mundo se debate en la crisis, en Wuhan están ensayando el regreso a la normalidad.
La decepción puede ser mayor mientras más grande sea la crisis.
Los detractores de AMLO deberán resistir la tentación de buscar que le vaya mal, porque lo que podría venir sería mucho peor.
¿O será que no hemos aprendido la lección?
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