La economía frecuentemente se resiste a ajustarse a los modelos, menos aún en una situación de turbulencia como la que viven hoy los mercados financieros.
Da sorpresas y hace quedar mal hasta a los más connotados expertos.
En coyunturas como la actual, los juicios de los especialistas tienden a polarizarse.
Hay quienes valoran la capacidad de predecir el futuro que tienen los indicadores financieros. Y ahora ven en Estados Unidos una recesión en el horizonte.
Ponderan lo que significa la llamada 'curva invertida', en la que los instrumentos de corto plazo pagan más que los de largo, o los indicadores que cuantifican estas diferencias, como el que –por ejemplo– calcula el Banco de la Reserva Federal de New York, se toman como indicios claros de que hay una recesión en el horizonte en algún momento de los siguientes 12 meses y a más tardar antes del fin de 2020.
Pero hay otras visiones, como la que expresó el día de ayer Patrick Harper, presidente del Banco de la Reserva Federal de Filadelfia, que no ve recesión a la vista, sino un sólido crecimiento de 2 por ciento para la economía de Estados Unidos, donde la inflación converge a la cifra deseada por el Banco Central, sigue habiendo creación de empleo e incluso presiones en costos laborales, lo que está lejos de los síntomas de una recesión.
Sin embargo, pese a todo ese conjunto de datos objetivos positivos, hay un desplazamiento de activos financieros que está buscando protegerse del riesgo y ha corrido a los Bonos del Tesoro.
Del 23 de julio al día de ayer, el índice Dow Jones de la bolsa de Nueva York cayó 6 por ciento.
En contraste, los Bonos del Tesoro –por ejemplo, a 10 años– van claramente a la baja, de un rendimiento de casi 1.8 por ciento hace 10 días a 1.55 por ciento ayer.
Es decir, haya bases objetivas o no para considerar el riesgo de una recesión, los mercados financieros se están comportando como si realmente ésta fuera a suceder.
Los bancos centrales, igualmente, están viendo un cuadro económico complejo, por lo que han tomado la decisión de bajar las tasas de interés en casi todas partes, o hacer más laxas sus políticas monetarias.
Nadie quiere que una recesión lo tome desprevenido. Tampoco que un desplome de los mercados bursátiles lo tome con demasiadas acciones en su cartera.
Por eso muchos huyen del riesgo y prefieren perder rendimientos.
Pero si las señales no se confirman al paso de las semanas y los meses, quizás veamos nuevamente una reducción de la aversión al riesgo con el consecuente impacto positivo en los mercados accionarios y cambiarios, y un alza en las tasas.
En México, las cosas se nos complican más, pues además de este cuadro que observamos en Estados Unidos y otras economías desarrolladas, tenemos fenómenos locales derivados del arranque de la nueva administración.
A lo largo de este año, el Índice de Precios y Cotizaciones de la BMV perdió 4.7 por ciento, pero en los últimos 12 meses la caída es de 18.6 por ciento.
Los inversionistas están anticipando un futuro complicado. No una crisis financiera, pero sí una circunstancia de pobres resultados para las empresas.
La relativa estabilidad financiera que tenemos en los mercados financiero y de bonos, deriva de las altas tasas.
Pero, en este entorno, ya ni siquiera sabemos si ellas serán suficientes para proteger esa estabilidad.
El entorno es complejo y más vale reconocer que aún tenemos que hacer esfuerzos para entenderlo al menos un poco mejor.