Dicen que las malas noticias llegan en cascada. Junto con la pandemia y la crisis económica que ya tenemos encima, pareciera gestarse una ruptura entre el presidente de la República y el sector privado.
Aunque aún se mantiene la interlocución, prueba de ello son las reuniones que se han realizado en los últimos días y quizás algunas otras todavía en puerta, la realidad es que se está abriendo un abismo.
La causa fundamental es que la Presidencia de la República ha desechado prácticamente la totalidad de las propuestas del sector privado para enfrentar la crisis.
La situación no augura nada bueno para México. El sector privado es responsable de más de 86 por ciento de la inversión que se realiza en el país, según datos del Inegi.
Si el saldo del proceso que hoy vivimos fuera la parálisis de la inversión privada en los siguientes meses y años podríamos estar ante un sexenio completo de estancamiento o incluso recesión.
No es la primera vez que hay una clara distancia entre el sector privado y el gobierno federal.
En las páginas de El Financiero, publicamos hace un par de días aquella célebre carta que los empresarios le enviaron al presidente Adolfo López Mateos en noviembre de 1960, preocupados por una política de gasto público orientada a la adquisición de empresas privadas.
Pero quizás el caso más claro de distanciamiento se produjo durante el sexenio de Luis Echeverría.
El sector privado virtualmente rompió lanzas en contra de un gobierno al que visualizó contrario al ejercicio de la libre empresa y el resultado fue una crisis económica y social que reventó en 1976 y rompió 22 años de estabilidad.
El siguiente gran quiebre se presentó en 1982 cuando el entonces presidente López Portillo, desesperado por el fracaso de su estrategia económica, tomó la decisión de estatizar la banca privada y endosar a sus propietarios la responsabilidad de la crisis que entonces vivíamos.
Esa decisión, junto con el desastre de los años previos condujo a que prácticamente todo un sexenio, el de Miguel de la Madrid, la economía mexicana no creciera. Entre 1982 y 1988, el crecimiento del PIB fue 0.4 por ciento y el PIB per cápita cayó 10 por ciento en términos reales.
En el presente, las cosas podrían ser peores ya que la inversión pública llegó a los niveles más bajos de su historia reciente.
Una parálisis de la inversión privada generaría un sexenio perdido y muy probablemente un deterioro social de grandes proporciones.
Pero además la perspectiva sería ominosa en el ámbito político.
Si el presidente López Obrador encuentra en el sector privado a un actor a quien pueda responsabilizar por no lograr las metas de su administración, no sabemos qué tipo de decisiones pueda tomar.
Sin embargo, las historias citadas nos muestran que los gobiernos son capaces, desde expropiaciones hasta la creación de ambientes que atizan las divisiones que existen de por sí entre nuestra sociedad.
No estamos aún en un punto de no retorno, pero sí de alto riesgo.
Quienes están alrededor del presidente de la República, como parte de su equipo, y alcanzan a percibir los riesgos que implica una ruptura con la iniciativa privada, deben jugársela para impedirlo.
Del sector privado, la búsqueda de la conciliación ha rayado incluso en la exageración y una apariencia de sumisión.
La pelota está en la cancha del presidente.