Los malos resultados de la actividad productiva en enero (los que hemos reseñado puntualmente en este espacio) no se han reflejado aún en las variables financieras.
Sin embargo, hay una inquietud que ayer se hizo presente de nueva cuenta: la capitalización de Pemex.
El día de ayer, nuestra moneda cotizaba por la tarde en 19.42 pesos en el mercado interbancario, como producto de los temores sobre los conflictos comerciales internacionales, pero también por la incertidumbre relativa a la aportación de recursos frescos del gobierno federal a la empresa petrolera.
Se trata de un nivel del tipo de cambio apenas comparable al del pasado 3 de enero y coloca al peso mexicano como una de las divisas que más ha perdido en el mundo en los últimos cinco días, con una caída de 1.7 por ciento, sólo atrás del rand de Sudáfrica.
La semana pasada se filtró a medios financieros que el monto de la capitalización de Pemex sería de al menos 1 mil 500 millones de dólares, aunque podría llegar a 3 mil millones. Los recursos serían aportados en pesos y en varios tramos.
Como los días han pasado y no hay ninguna noticia al respecto, resurgió la inquietud.
Este mes, la empresa petrolera deberá reportar a los mercados financieros sus resultados financieros al cierre del 2018. Usualmente, este reporte se libera hacia finales de febrero. El plazo fatal para anunciar la capitalización será la presentación de este informe.
Si para esa fecha no hubiera señales claras de lo que podemos esperar del apoyo del gobierno federal a Pemex, entonces las cosas se podrían complicar mucho.
Algunos lectores me han preguntado por qué hay tanto énfasis en Pemex, mucho más incluso que en la deuda soberana del gobierno mexicano.
Tiene que ver con el tamaño de los pasivos.
De acuerdo con los datos del tercer trimestre, la deuda financiera de Pemex alcanza los 106 mil millones de dólares. En contraste, la deuda externa del gobierno federal alcanza los 96 mil millones de dólares.
Es decir, Pemex debe más que el gobierno.
Y la razón es que, por mucho tiempo, Pemex no sólo fue una fuente de recursos para financiar el gasto público, sino también una palanca para conseguir financiamiento externo.
Aunque difiero de las medidas planteadas por el gobierno, como la exclusión de las alianzas estratégicas de Pemex con el sector privado (farm out), coincido con una parte del diagnóstico de AMLO.
De verdad se abusó de Pemex como una vía para conseguir dinero, y poco a poco se fue matando a la gallina (tal vez ahora sería la gansa) de los huevos de oro.
Y esta cuenta no considera el pasivo laboral de la empresa, que al tercer trimestre del año pasado llegaba a 1.3 billones de pesos, equivalente a casi 70 mil millones de dólares.
Tal vez la idea de la administración actual es que Pemex volviera a ser aquella empresa dirigida por Antonio Dovalí Jaime, admirado director de Pemex en el sexenio de Echeverría, con una empresa sin un Consejo que operara realmente, sin obligaciones con los mercados, pues no existía presencia y con un control vertical del presidente de la República… y del sindicato.
Lamentablemente, en la realidad, no hay manera de hacer para atrás las manecillas del reloj. La historia marcha en un solo sentido, hacia adelante. Nos guste o no.
Soy optimista y espero que este hecho se entienda antes de que un desastre financiero en Pemex vaya a ser el principio de un desastre financiero en el país.