La economía mexicana presenta varios desafíos en el corto plazo, pero también tiene ciertas fortalezas que se han construido a lo largo de varios decenios y que es importante recordar tanto para reconocer su valor como para cuidar y profundizar estas fortalezas de cara al futuro. Por ejemplo, la apertura comercial ha traído importantes beneficios entre los que se encuentra una creciente complejidad de la economía mexicana.
En México aprendimos a la mala, con la crisis de 1982, que las políticas económicas populistas y una deuda creciente fueron muy nocivas para el país y se inició un proceso de transformación que ayudó a construir una economía más competitiva. En esa década se iniciaron procesos de desregulación, privatización de empresas públicas y apertura comercial. Las organizaciones con participación estatal eran más de mil en 1982 y disminuyeron a menos de trescientas en 1990. Por su parte, 92 por ciento de la producción nacional estaba sujeta a permisos de importación en 1985 lo que bajó a 19 por ciento en 1990. La reducción de aranceles, la entrada al GATT (lo que hoy es la OMC) en 1986 y la firma del TLCAN en 1994 fueron avances importantes en el proceso de apertura comercial.
De acuerdo con el reporte estadístico de 2020 de la Organización Mundial de Comercio, México ocupa el lugar 12 entre los países con mayor comercio de mercancías. México fue en 2019 el noveno mayor exportador mundial. Una forma de medir la apertura de una economía es con la proporción que representa el comercio de mercancías como porcentaje del PIB del país. Para México, está razón es de 75.4 por ciento. Al dimensionarlo así, México resulta ser una economía más abierta que las economías con mayor valor total de exportaciones: China, Estados Unidos y Alemania, cuyos valores de comercio de mercancías como porcentaje del PIB son 31.6 por ciento, 18.3 por ciento y 67 por ciento, respectivamente.
La apertura comercial de México ha ayudado a fortalecer su economía. La falta de competencia mantuvo por mucho tiempo a empresas ineficientes con productos de baja calidad. El cambio no ha sido fácil, muchas industrias y empresas se contrajeron o desaparecieron. Sin embargo, las empresas que sobrevivieron a la apertura se transformaron para ser más eficientes y competitivas. Hoy, las empresas mexicanas son capaces de competir directamente con las mejores del mundo.
La composición de las exportaciones mexicanas ha cambiado drásticamente. En 1987, cuando México empezaba su proceso de apertura, 28 por ciento de las exportaciones eran petróleo crudo. En cambio, en 2019, 35.9 por ciento de las exportaciones eran maquinaria, de este rubro destacan las computadoras que representan 6.7 por ciento de las exportaciones totales del país. Por su parte, los vehículos y autopartes son 26 por ciento de las exportaciones mexicanas. Ahora, el petróleo es sólo 5.5 por ciento de las exportaciones.
La mayor sofisticación de la planta productiva mexicana se refleja en el Índice de Complejidad Económica del MIT. De acuerdo con esta universidad, dicho índice es una medida de la capacidad productiva de una economía. La complejidad económica puede predecir otros resultados importantes como el crecimiento económico y el nivel de ingreso de un país.
En 2019, México alcanzó el lugar 21 en el Índice de Complejidad Económica de un total de 146 países estudiados. Se encuentra entre Israel y Holanda y es, por mucho, el país latinoamericano mejor ubicado. Además, México ha ganado 10 posiciones en los últimos 20 años. Una idea que destaca el MIT es que la complejidad económica se relaciona con la división del conocimiento. Los creadores del índice afirman que los productos complejos, como los motores de jets, requieren una cantidad vasta de conocimiento que sólo puede ser acumulado en redes amplias de personas. Este conocimiento se convierte en una ventaja competitiva que requiere de muchos años para adquirirse.
Los problemas económicos por los que atraviesa México actualmente no deben hacernos olvidar que hay algunas ventajas competitivas que se han construido a través de un largo proceso. Es importante reconocer lo bueno para protegerlo. Si nos dejamos convencer de que todo está mal, le estaremos abriendo la puerta a destruir las fortalezas con las que contamos. El proceso de desregulación, privatización y apertura comercial que se inició en los años ochenta ha rendido frutos que se deben preservar.